domingo, 23 de octubre de 2011

DOMUND 2011: COMO EL PADRE ME HA ENVIADO, ASÍ TAMBIÉN LOS ENVÍO YO


COMO EL PADRE ME HA ENVIADO,

ASÍ TAMBIÉN LOS ENVÍO YO

 

Artículo escrito por el Pbro. Fabricio Seleno Calderón Canabal, de la Diócesis de Campeche.


El Beato Juan Pablo II «reafirmó con fuerza la necesidad de renovar el compromiso de llevar a todos el anuncio del Evangelio “con el mismo entusiasmo de los cristianos de los primeros tiempos” (NMI 58). Es el servicio más valioso que la Iglesia puede prestar a la humanidad y a toda persona que busca las razones profundas para vivir en plenitud su existencia».

Son las palabras con las que inicia el Papa Benedicto XVI su Mensaje para la Jornada Mundial de las Misiones 2011 que estamos celebrando hoy. El versículo 21 del capítulo 20 del Evangelio de san Juan ha sido elegido por el Papa como título para dicho Mensaje: «Como el Padre me ha enviado, así también los envío yo».

Por toda la riqueza teológica, espiritual y pastoral que contienen los escritos del Papa Benedicto XVI, he querido compartirles algunos extractos de su Mensaje para el DOMUND 2011.

«El incesante anuncio del Evangelio vivifica también a la Iglesia, su fervor, su espíritu apostólico; renueva sus métodos pastorales para que sean cada vez más apropiados a las nuevas situaciones —también las que requieren una nueva evangelización— y animados por el impulso misionero: “La misión renueva la Iglesia, refuerza la fe y la identidad cristiana, da nuevo entusiasmo y nuevas motivaciones. ¡La fe se fortalece dándola! La nueva evangelización de los pueblos cristianos hallará inspiración y apoyo en el compromiso por la misión universal” (RM 2)».

El primer tema que aborda el Papa se refiere al envío Misionero. La Eucaristía «se concluye siempre recordando el mandato de Jesús resucitado a los Apóstoles: “Vayan...” (Mt 28, 19). La liturgia es siempre una llamada desde el mundo y un nuevo envío al mundo para dar testimonio de lo que se ha experimentado: el poder salvífico de la Palabra de Dios, el poder salvífico del Misterio pascual de Cristo.

Todos aquellos que se han encontrado con el Señor resucitado han sentido la necesidad de anunciarlo a otros, como hicieron los dos discípulos de Emaús. Después de reconocer al Señor al partir el pan, “y levantándose en aquel momento, se volvieron a Jerusalén, donde encontraron reunidos a los Once” y refirieron lo que había sucedido durante el camino (Lc 24, 33-35). El Papa Juan Pablo II exhortaba a estar “vigilantes y preparados para reconocer su rostro y correr hacia nuestros hermanos, para llevarles el gran anuncio: ¡Hemos visto al Señor!” (NMI 59)».

Al abundar sobre los destinatarios del anuncio del Evangelio, el Papa reitera que la Iglesia «no puede nunca cerrarse en sí misma. Arraiga en determinados lugares para ir más allá. Su acción, en adhesión a la palabra de Cristo y bajo la influencia de su gracia y de su caridad, se hace plena y actualmente presente a todos los hombres y a todos los pueblos para conducirlos a la fe en Cristo (AG 5)».

Esta tarea no ha perdido su urgencia. «La misión de Cristo Redentor, confiada a la Iglesia, está aún lejos de cumplirse […] Esta misión se halla todavía en los comienzos y debemos comprometernos con todas nuestras energías en su servicio (RM 1)». No podemos quedarnos tranquilos al saber que aún hay pueblos que no conocen a Cristo, ni han escuchado aún su Mensaje de salvación.

Benedicto XVI profundiza aún más sobre este tema al reconocer que «es cada vez mayor el número de aquellos que, aun habiendo recibido el anuncio del Evangelio, lo han olvidado y abandonado, y no se reconocen ya en la Iglesia; y muchos ambientes, también en sociedades tradicionalmente cristianas, son hoy refractarios a abrirse a la palabra de la fe.

Está en marcha –afirma el Papa–,  un cambio cultural, alimentado también por la globalización, por movimientos de pensamiento y por el relativismo imperante, un cambio que lleva a una mentalidad y a un estilo de vida que prescinden del Mensaje evangélico, como si Dios no existiese, y que exaltan la búsqueda del bienestar, de la ganancia fácil, de la carrera y del éxito como objetivo de la vida, incluso a costa de los valores morales».

Al hablar sobre la corresponsabilidad de todos en la misión, el Papa recuerda que «el Evangelio no es un bien exclusivo de quien lo ha recibido; es un don que se debe compartir, una buena noticia que es preciso comunicar. Y este don-compromiso está confiado no sólo a algunos, sino a todos los bautizados».

En esta corresponsabilidad «están implicadas también todas las actividades. La atención y la cooperación en la obra evangelizadora de la Iglesia en el mundo no pueden limitarse a algunos momentos y ocasiones particulares, y tampoco pueden considerarse como una de las numerosas actividades pastorales: la dimensión misionera de la Iglesia es esencial y, por tanto, debe tenerse siempre presente».

«Así, a través de la participación corresponsable en la misión de la Iglesia, el cristiano se convierte en constructor de la comunión, de la paz, de la solidaridad que Cristo nos ha dado, y colabora en la realización del plan salvífico de Dios para toda la humanidad. […] Que la Jornada mundial de las misiones reavive en cada uno el deseo y la alegría de ir al encuentro de la humanidad llevando a todos a Cristo».