domingo, 2 de octubre de 2011

MENSAJE DOMINICAL DEL OBISPO DE CANCÚN-CHETUMAL: DOMINGO XXVII DEL TIEMPO ORDINARIO

“ME VOY PERO NO ME AUSENTO.
ME VOY PERO DE CORAZÓN ME QUEDO”

Mensaje Dominical de Mons. Pedro Pablo Elizondo Cárdenas, Obispo Prelado de Cancún-Chetumal, con motivo de la llegada de las Reliquias de Juan Pablo II.

Hoy se cumplen estas palabras aquí entre nosotros con la llegada de las reliquias de Juan Pablo II. Con una gran alegría y un gran júbilo en el corazón de todos los católicos de Cancún recibimos las reliquias en nuestro estado. Y lo hacemos como sabemos hacerlo los mexicanos; Con mariachi, con bandas, con banderitas y con porras (¡Juan Pablo II te quiere todo el mundo, Juan Pablo hermano, ya eres mexicano!). Juan Pablo II quiso mucho a México y México quiso mucho a Juan Pablo II porque encontró aquí una gran sintonía espiritual. Se sintió en casa al sentir el amor a la Virgen de Guadalupe y el amor de la Virgen de Guadalupe a los mexicanos. Se sintió en casa al percibir la religiosidad del pueblo que quiere tanto a Cristo crucificado y a la Eucaristía. Y se sintió en casa porque vio un pueblo que se toma muy en serio la alegría de las fiestas patronales.

Es muy importante venerar sus reliquias con fe y devoción porque eso demuestra que admiramos y reconocemos su santidad, y nos congratulamos con ella. Esto significa que queremos tenerlo como una inspiración y un ejemplo para nuestra vida. Una persona es venerada porque practicó las virtudes teologales y evangélicas en grado heroico. Juan Pablo II es aclamado como beato, no por ser un gran Papa, ni por ser un personaje popular, sino por haber practicado las virtudes de la pobreza, castidad y obediencia, la prudencia, justicia, fortaleza y templanza y la fe, esperanza y caridad. La mejor manera de quererlo y venerarlo es seguir su ejemplo en esas virtudes.

Entre todos los rasgos que caracterizaron su personalidad, llamó mucho la atención su sufrimiento. Desde niño perdió a su madre y muy pronto se quedó solo en este mundo. De manera especial Dios lo marcó con la cruz del sufrimiento al final de sus días habiendo pasado por muchas dolorosas enfermedades, incluido un atentado mortal. Y sin embargo, nunca perdió la paz, la alegría, el buen humor, la bondad y el celo incansable por servir a sus hermanos y llevar adelante la misión encomendada. Unido a la cruz de Cristo se hizo más fecundo su ministerio.

Pero el secreto más profundo de una vida tan fecunda fue su sacerdocio. Como dijo él: “hoy cumplo 40 años de obispo y 20 de Papa, pero para mí lo más importante sigue siendo mi sacerdocio, el centro absoluto de mi día y de mi vida entera es Cristo Eucaristía en la misa que celebro cada día”.

Recojamos el legado y la herencia que nos dejó este gran beato, mensajero de la paz y convirtámonos también nosotros en constructores y promotores de la cultura de la paz. Que todos los días, por intercesión de Juan Pablo II imploremos la gracia de la paz para nuestra ciudad, para nuestro país y para nuestro mundo.

Juan Pablo II, ruega por nosotros.

Reina de la paz, ruega por nosotros.