PERDONAR ES UNA CONDICIÓN
DEL DISCÍPULO DE CRISTO
Mensaje Dominical de Mons. Pedro Pablo Elizondo Cárdenas, Obispo Prelado de Cancún-Chaetumal.
Las enseñanzas de Jesús sobre el amor a los enemigos, de orar por ellos, por cuantos nos ofenden y persiguen, suena para los discípulos y cuantos lo escuchan como un mensaje poco realista, porque las leyes exigen justicia retributiva y distributiva y no precisamente misericordia y perdón. Sin embargo, para los ojos de los hombres lo que parece idealista, a los ojos de Dios es una posible realidad para todo aquél que cumple su voluntad: que todos tengan vida, vida integral, vida en abundancia.
Perdonar una vez, la primera ofensa de alguien, es posible olvidarla de corazón. Pero las subsecuentes ofensas, especialmente cuando son constantes y frecuentes endurecen el corazón. Es por eso que Pedro, quizás por experiencia en ser ofendido y ofender, impetuosamente pregunte cuántas veces hay que perdonar, haciendo su propia sugerencia: “¿Hasta siete veces?”. Parece ser una actitud de generosidad aprendida quizás por el ejemplo del Maestro. Lo que es cierto es que esta actitud es muy superior al clima justiciero que se respira en la sociedad judía.
Jesús responde a esta cuestión superando la expectativa del discípulo. El perdón no consiste en tolerar, en perdonar unas cuantas veces. Para Jesús, el perdón significa amar, perdonar a todos y todo. Él le enseña que en el perdón no hay límites: “No te digo hasta siete veces sino hasta setenta veces siete”. ¿Para qué llevar cuentas del perdón? ¿Por qué limitar el amor o condicionarlo a todos los que me hacen bien y me aman? El que se pone a contar cuántas veces está perdonando al hermano esclaviza a su espíritu a una vida justiciera. Dios nos quiere libres, libres para amar y perdonar sin límites. Perdonar a los que ejercen la violencia y el mal a nuestra persona, a nuestra sociedad, a nuestra dignidad. Un perdón que exige también corregir al que se equivoca y trabajar por la verdadera justicia social y humana, denunciando la opresión y la injusticia.
En los últimos años, el malestar ha ido creciendo en el corazón de muchos que se han sentido ofendidos por el mal ejemplo que muchos cristianos hemos dado como Iglesia, provocando conflictos y enfrentamientos cada vez más desgarradores y dolorosos. La falta de respeto mutuo, los insultos y las calumnias son cada vez más frecuentes. Son numerosos los que se sirven de los medios de comunicación para sembrar agresividad y odio. Necesitamos urgentemente testigos de Jesús, que anuncien con palabra firme su Evangelio y que contagien con corazón humilde su paz. Creyentes que vivan perdonando y curando sin límites.
La disposición a perdonar responde a la capacidad de amar
Una de las señales más evidentes que nos revelan y distinguen como humanos es la capacidad de perdonar a los demás. El perdón es sin duda alguna el lenguaje del amor. Es gracias al amor, el que podamos ser y vivir como personas. Es el motor que mueve al mundo y lo arroja a realizar grandes y positivos proyectos en bien de todos. El amor no puede desligarse del perdón, porque todo el que ama de verdad es capaz de perdonar. La disposición a perdonar responde a la capacidad de amar. Todo aquél que no perdona las ofensas que ha recibido, no puede amar de verdad.
En la enseñanza de Jesús, la venganza sin medida, como una forma de hacerse justicia ante las ofensas, queda sustituida por el perdón sin medida. El “setenta veces siete” del libro del Génesis, en donde evoca la venganza, Jesús la reorienta hacia el perdón. El amor, capaz de perdonarlo todo, puede superar el odio y la venganza. Un perdonar perfecto implica abrirse a la gracia de ver en todo ser humano a un Hijo de Dios, al mismo Jesús, a la imagen y semejanza que es de Dios. Violadores, secuestradores, narcotraficantes, homicidas, delincuentes y todos aquellos que siguen p
Comencemos por tener paciencia unos con otros
Para ilustrarnos la capacidad de amar y perdonar de corazón, Jesús nos enseñanza una parábola impresionante. Un siervo debe a su amo una suma enorme suma de dinero, quien, después de rogarle diciendo “Ten paciencia conmigo y te lo pagaré todo”, su deuda queda perdonada totalmente. Sin embargo, este hombre no responde de la misma forma y trata de ahogar a otro compañero suyo para que le pague el poco dinero que le debe. La parábola de los deudores es una revelación de Dios para contemplar e imitar su misericordia.
Al concluir la parábola, Jesús pronuncia una frase que constituye un interrogante para todos los creyentes de todo tiempo y lugar: “Lo mismo hará mi Padre celestial con ustedes, si cada cual no perdona de corazón a su hermano”. La relación de paternidad que nos presenta Jesús genera entre todos nosotros este sentimiento de ser familia, de ser hermanos, de ser hijos de Dios. Por lo tanto los que nos ofenden y a aquellos a los que ofendemos ya no deben ser unos extraños. Son nuestros hermanos, y merecen participar de la compasión que el Padre ha derramado sobre todos su hijos. Es como si este mensaje encerrado en el Evangelio deseara suscitar toda una atmósfera de corazones humanos marcados por el perdón fraterno. Un ambiente que lograría edificar la verdadera y sólida cultura de la vida y la civilización del amor: el Reino de Dios.