lunes, 25 de julio de 2011

“BENDICE ALMA MÍA AL SEÑOR Y NO OLVIDES SUS BENEFICIOS”


“BENDICE ALMA MÍA AL SEÑOR
Y NO OLVIDES SUS BENEFICIOS”

Homilía de Mons. Christophe Pierre, Nuncio Apostólico en México, con motivo del 50º aniversario de vida Consagrada de 7 religiosas Oblatas de Jesús Sacerdote.

Queridas hermanas y hermanos:

Hoy podemos con razón, haciéndolas nuestras, dejar que broten de nuestros corazones las palabras de la Antífona de la Comunión de esta Eucaristía: “Bendice alma mía, al Señor y no olvides sus muchos beneficios”.

Esta es en verdad, queridas hermanas y hermanos, la actitud primera y el deseo prioritario en esta circunstancia: bendecir y dar gracias a Dios y alabarlo por los innumerables beneficios concedidos a estas hermanas nuestras y, por su medio, a la Iglesia y al mundo. Su testimonio de vida consagrada durante 50 años al Señor, nos alienta a seguir adelante en el servicio fiel, confiado, optimista y humilde a Jesús, en su Iglesia, y a recorrer con creciente confianza en la providencia divina, el sendero que conduce a la santidad. Porque, como ustedes lo han bien comprendido a lo largo de su vida, es esta la razón primera de la existencia de su Instituto y de cada una: la santidad.

¡Ser santos! Es este el compromiso del bautizado, del discípulo del Señor Jesús. Y ser santos es indudablemente el objetivo de todo consagrado y de toda consagrada. Ser, a semejanza de María, discípulos y siervos del “fiat”, hasta la cruz, y de tal modo, “in oblationem Domino”, que desde esa entrega se haga transparente al mundo y se logre hacer presente a todos los hombres, el Corazón compasivo y misericordioso de Cristo.

Ser santas, teniendo viva en su mente y en su corazón la conciencia de que el camino a la santidad es un camino con Jesús; con Aquel que las ha elegido, ante todo, para ser y para estar con Él, y para desde Él y en Él, servir a los hermanos viviendo con perfección el espíritu sacerdotal característico de su vocación como Oblatas de Jesús Sacerdote.

En esta perspectiva, ustedes, queridas hermanas Ángela, Jacinta, Esther, Rosa, Concepción, Angelina y Guadalupe, hoy están en grado de confirmar a todos nosotros cuan verdaderas son y cuanto es necesario saber acoger en nuestras vidas la palabra de Jesús: “Permanezcan en mí como yo permanezco en ustedes. (…). Yo soy la vid, ustedes los sarmientos. El que permanece en mí, y yo en él, da mucho fruto, porque separados de mí, nada pueden hacer”.

“Yo soy” –dijo frecuentemente Jesús -. “Yo soy la luz del mundo”, “Yo soy la puerta”, “Yo soy el buen pastor”, “Yo soy la resurrección y la vida”, “Yo soy el camino, la verdad y la vida”, “Yo soy el pan de vida”, “Yo soy la vid verdadera”, “y ustedes son los sarmientos”, “Yo soy, el que habla contigo” - dijo a la Samaritana cuando ésta le pregunta sobre el Mesías-, o tan solo “Yo soy” -como responde a quienes han ido al Huerto de los Olivos a apresarlo-, haciendo referencia explícita al nombre que Dios reveló de sí mismo a Moisés: “Yo soy el que soy” (Éxodo 3, 14), y que es también revelación de lo que Jesús es en relación a Dios, y en relación a sus discípulos: el Buen Pastor que da la vida por sus ovejas, el sembrador, el servidor humilde de los hombres.

Seguir a Jesús sacerdote, viviendo conforme en todo a su estilo, haciendo de su vida una ofrenda a favor del hombre: esta ha sido, es y será su tarea. Porque Jesús no solamente las ha elegido para prolongar por medio de ustedes su misión de misericordia, sino que las ha llamado, ante todo, para que se configuren a Él, a su modo de vivir, de discernir, de pensar y de hablar, y para que, vinculadas a Él en el amor, lo acompañen en la realización de la tarea que Él mismo lleva a cabo en el mundo, a través del tiempo.

También en este nuestro tiempo y en este nuestro mundo que aguerridamente nos muestra un rostro fuertemente anticristiano; un mundo envuelto en el escepticismo, en el relativismo moral, en la secularización y el consumismo, que ordena la vida de los pueblos y de los individuos al margen de, o contra la fe cristiana. Un mundo difícil y retador al que el Señor las ha enviado para que anuncien la Buena Nueva que llena y lleva a la verdadera felicidad, para que alienten a los hombres y mujeres de nuestro tiempo a mirar al Señor y para que los conduzcan a Él, conscientes de que, en su obra, Él es el primer y principal protagonista.

Es esta conciencia la que impulsa a permanecer siempre atentos y a percibir el momento de la fe, de la oración, del diálogo con Dios; a abrir el corazón a la acción de la gracia; a permitir que la palabra de Cristo llegue con toda su fuerza a la mente y al corazón del consagrado.

Es desde esta conciencia derivada de la unión radical y total con Cristo, que brota el dinamismo que permite mirar con lucidez el propio carisma y sentir vivo y vibrante el impulso a proyectarse en una entrega de amor oblativo al servicio de los demás. Es del encuentro con Jesucristo y del estar con Él que se comprende y experimenta el imperativo de anunciar y testimoniar al mundo la compasión y el amor misericordioso de Dios; y es de ese encuentro que se desprende también el compromiso valiente y radical, individual y comunitario, a favor de la salvación de todos los seres humanos.

Muy queridas hermanas: Celebramos la Eucaristía. Jesucristo se hará real y verdaderamente presente en el altar. El mismo Señor que las llamó a seguirle con una radicalidad semejante a la de su Madre Santísima, viene a nosotros. Acogiéndolo siempre, particularmente en el milagro de la Eucaristía, sigan haciendo todo lo posible por glorificar más y más a Dios a través de su servicio humilde y siempre útil a su proyecto de salvación; servicio cotidianamente oblativo en la práctica de los consejos evangélicos, en la imitación de las virtudes de María Santísima y en la vivencia integral del propio carisma.Así podrán, también, “amar el sacerdocio de Cristo y hacerlo amar”, con mayor fidelidad y eficacia.

Es de la Eucaristía que seguirán obteniendo toda la fortaleza necesaria para seguir ofreciendo el testimonio de su amor consagrado y sacrificado por Jesús sacerdote; y es en y desde la Eucaristía que día a día recogerán renovado entusiasmo para seguir sirviendo a los demás, para ejercitar la caridad en todo momento, y para tejer la comunión y la solidaridad en ustedes, en la Iglesia y en el mundo.

Participando asiduamente de la Eucaristía, continuarán reforzando la comunión de vida y de amor con quien las ha elegido y con los hermanos. Comiendo el Cuerpo y bebiendo la Sangre Eucarística, reencontrarán siempre luminosa su identidad de consagradas llamadas a vivir en la libertad el amor recibido y compartido, aprenderán a dar más pleno sentido a su vida cotidiana en la vivencia gozosa de la pobreza, la castidad y la obediencia, y descubrirán entusiasmadas que su consagración y su caminar en este mundo tiene como meta la casa del Padre, el encuentro cara a cara con Dios, y la vida eterna.

Queridas hermanas: Al celebrar el Santo Sacrificio Eucarístico, sobre el Altar del Señor pongo, junto a su acción de gracias, intenciones y anhelos, también mi súplica y felicitación por cada una de ustedes y por cada una de las hermanas Oblatas.

Que nuestro Padre Dios, dador de todos los bienes, les ayude a saber estar todos los días de su vida y de manera cada vez más personal, íntima y profunda con Jesús, amándolo y siguiéndolo y, en consecuencia, mirándolo, a la manera de María, en la "obediencia a la verdad", llenándose de sus mismos sentimientos, para poder amar con amor verdadero a los que les rodean y decirles que Cristo es el verdadero y único Señor, que Él está vivo, que da la vida a quienes lo buscan y se mantienen unidos a Él; que, en consecuencia, no están solos, porque Jesús se ha quedado para siempre con nosotros, especialmente en la Eucaristía.

El mismo Jesús presente en la Eucaristía, luego de 50 años recibirá nuevamente de cada una de ustedes el oro de sus personas, la mirra de su total oblación, el incienso de su permanente y orante consagración. Y Él, generoso, les entregará una vez más todo su amor redentor y salvífico contenido en su carne y en su sangre que se nos da para que tengamos vida eterna.

¡Alégrense pues, queridas hermanas, por el tesoro de su vocación, y manténganse siempre unidas a Jesús: Dios y Hombre verdadero; Camino, Verdad y Vida!, y a María, nuestra Madre.

Que Él, acogiendo el amor oblativo de nuestras hermanas Guadalupe, Angelina, Concepción, Rosa, Esther, Jacinta y Ángela, las colme de gracias y dones, las bendiga, y bendiga a todas sus hermanas Oblatas de Jesús Sacerdote, a todo el Instituto, y también a todos nosotros.

Que Él, las sostenga en cada momento, para que con su gracia pueden también experimentar a fondo la maravillosa experiencia del Apóstol San Pablo que, entregando sin reservas su existencia a Jesús, convencido pudo afirmar: “Vivo yo, mas no yo, es Cristo quien vive en mí” (Gál 2,20). ¡Felicidades! ¡Que Dios las bendiga, hoy y cada día!