"LES DARÉ PASTORES SEGÚN MI CORAZÓN"
Homilía de Mons. Christophe Pierre, Nuncio Apostólico en México, en la Toma de posesión del Nuevo Obispo de Querétaro, Mons. Faustino Armendáriz Jiménez.
A todos ustedes, “amados por Dios, llamados a ser santos, llegue la gracia y la paz, que proceden de Dios Nuestro Padre, y del Señor Jesucristo” (Rom 1,7).
Nos encontramos reunidos hoy con el corazón lleno de gozo para acompañar con profunda gratitud a Mons. Mario De Gasperín Gasperín, obispo de esta iglesia particular por tantos años, y para acoger con viva esperanza a Mons. Faustino Armendáriz Jiménez, enviado por el Espíritu Santo y por el Santo Padre Benedicto XVI, como nuevo Pastor del pueblo que peregrina en Querétaro.
Elegido por Dios y consagrado por el Espíritu Santo para ser don de Dios a los hombres, el Señor te envía ahora a esta Iglesia de Querétaro, insigne por su historia y por la vida cristiana de sus mejores hijos, misma que hoy te acoge con los brazos abiertos. En ti se cumple una vez más aquella consoladora promesa: "les daré pastores según mi corazón" (Jer 3,15); promesa que ha tenido su plenitud en Jesucristo, el único Pastor de nuestras almas, el Buen Pastor de su rebaño, el modelo de los pastores de su Iglesia. Nosotros, Obispos y presbíteros, somos, en efecto, los herederos del amor de Jesucristo, Buen Pastor, que conoce a sus ovejas y las llama por su nombre, que camina delante de ellas, busca a la que se encuentra perdida, reúne a la dispersa, cura a la que se encuentra heridas o enferma, apacienta a todas en verdes praderas y por ellas da su vida.
"Los Obispos, - leemos en efecto en la Lumen Gentium (n.22)-, presiden en nombre de Dios la grey, de la que son pastores, como maestros de doctrina, sacerdotes del culto sagrado y ministros de gobierno, de modo que quien los escucha, escucha a Cristo (...,) y así de modo visible y eminente, hacen las veces del mismo Cristo, Maestro, Pastor y Pontífice, y actúan en lugar suyo".
El Señor, -recuerda por su parte el Documento de Aparecida -, llama a los obispos “llamados a ser maestros de la fe y por lo tanto a anunciar la Buena Nueva, que es fuente de esperanza para todos, a velar y promover con solicitud y coraje la fe católica; (… a) ser testigos cercanos y gozosos de Jesucristo, Buen Pastor” (n.187).
Testigos –dice Aparecida-, testigos de Jesucristo, el Hijo de Dios tres veces santo y Buen Pastor. Testigos y, en consecuencia, llamados a identificarse más y más con Jesucristo para ser, como Él, buenos pastores, enviados no a ser servidos, sino a servir. Es este, de suyo, el fin último de todo ministerio en la Iglesia y muy especialmente del ministerio del Obispo: ser servidor humilde y fiel de Jesucristo, servidor abnegado hasta la donación sin reservas en el amor total al pueblo que se le confía; servidor de la esperanza, de la comunión, de la reconciliación y de la paz; ser, en una palabra, servidor santo.
Santo. Porque el servicio y testimonio del Pastor de las ovejas, -que no son propias, sino de Cristo-, sólo puede tomar válidamente fuerza desde la santidad que es, esencialmente, fruto de la contemplación de Jesucristo, de la obediencia al Padre y de la docilidad al Espíritu. Un pastoreo y testimonio que será auténtico y fecundo si, a semejanza del Buen Pastor, nace del amor: “Yo doy mi vida por las ovejas".
Siendo esencialmente sucesores de los Apóstoles, configurados a Cristo los obispos son poseedores de una identidad y de una misión que han quedado básicamente perfiladas en las palabras y en la acción de Jesús hacia sus Apóstoles, a quienes eligió, llamó y “constituyó” para que “estuviesen con Él”, “para enviarlos” y “para que tuviesen autoridad” (Mc 3,14 ss). Así, los obispos, al igual que los Apóstoles, -ha recordado el Santo Padre-, “hemos sido elegidos para «estar con Él» (Cfr. Mc 3,14), acoger su Palabra y recibir su fuerza y vivir así como Él, anunciando a todas las gentes la buena nueva del reino de Dios” (A la CAL, 20.02.200).
"El Señor -ha dicho también el Papa Benedicto XVI-, nos llama amigos, nos hace sus amigos, se confía a nosotros, nos confía su cuerpo en la Eucaristía, nos confía su Iglesia. Consecuentemente debemos ser de verdad sus amigos, tener con él un solo sentir, querer lo que El quiere y no querer lo que El no quiere" (13.V.2005).
Es esto, lo sabemos bien, lo que ante todo Jesús espera de aquellos a quienes llama a ser sucesores de los apóstoles: que sean sus amigos, o mejor, "almas enamoradas de Él" (Mane nobiscum Domine, n. 18), para, a partir de ahí, hacer del ministerio episcopal “un oficio de amor" (San Agustín, Iohannis Evangelium Tractatus 123,5). Oficio del Buen Pastor que ofrece su vida por las ovejas, enseñando, santificando y rigiendo al pueblo de Dios desde la humildad y la abnegación, manifestando a todos su paternidad y amor incondicional, llevando a cabo su tarea como Maestro, Sacerdote y Pastor: maestro de la fe, mensajero de la Palabra divina, testigo obediente de la Verdad, custodio del depósito de la revelación; ministro de la gracia, de la vida y la santidad, moderador de la liturgia y dispensador de los sacramentos, del perdón, de la paz y de la verdad, particularmente ahí donde más fuerte es la presión de la cultura inmanentista e individualista que tiende a marginar toda apertura a la trascendencia.
Almas enamoradas de Jesús, para ser testigos y maestros valientes que jamas se dejan “intimidar por las diversas formas de negación del Dios vivo que, con mayor o menor autosuficiencia buscan minar la esperanza cristiana, parodiarla o ridiculizarla”, y que, por el contrario, gracias a la certeza de la fe logran hacer que cada día sea más firme la esperanza, y más grande la confianza en que Dios seguirá abriendo caminos de salvación y de verdadera libertad para el hombre; confianza en que siempre será posible encontrar signos de vida capaces de derrotar los gérmenes nocivos del mal; confianza en que en los corazones jamás faltará la compasión que lleva a acercarse al dolor de cada hombre y de cada mujer que sufre, para ayudarle a aliviar sus llagas físicas y sobre todo morales y espirituales.
¡Sí!, todo ello es y será más que posible si nos dejamos iluminar siempre por la Verdad, de la cual el Pastor es garante y pregonero. De la Verdad que es: Jesucristo mismo, el Hijo eterno de Dios, y por obra del Espíritu Santo, también hijo de María Santísima. Él, el único que tiene palabras de vida eterna, el único que tiene poder para salvar al hombre, el único que puede saciar la sed de justicia y de eternidad que late en el fondo de todo corazón humano.
Querido hermano Faustino, aunque sé que es casi innecesario decirlo, permíteme invitarte a hacer siempre de tu ministerio un oficio de amor, asumiendo como propia la exhortación de San Pedro: “Apacienten el rebaño que Dios les ha confiado y cuiden de él (…); no como si ustedes fueran los dueños de las comunidades que se les han confiado, sino dando buen ejemplo”.
“Acojan con corazón abierto, -ha dicho el Santo Padre-, a los que llaman a su puerta: aconséjenlos, consuélenlos y sosténganlos en el camino de Dios, tratando de llevarlos a todos a la unidad en la fe y en el amor, cuyo principio y fundamento visible, por voluntad del Señor, deben ser ustedes en sus diócesis (cfr. LG 23). Tengan en primer lugar esta solicitud con respecto a los sacerdotes. Actúen siempre con ellos como padres y hermanos mayores que saben escuchar, acoger, consolar y, cuando sea necesario, también corregir; busquen su colaboración y estén cerca de ellos, especialmente en los momentos significativos de su ministerio y de su vida. Tengan la misma solicitud por los jóvenes que se preparan para la vida sacerdotal y religiosa” (21.XI.2006).
"La tarea del pastor, del pescador de hombres, puede parecer a veces gravosa. Pero es gozosa y grande, porque en definitiva es un servicio a la alegría, a la alegría de Dios que quiere hacer su entrada en el mundo" (Benedicto XVI, 24.04.2005). Por ello, también el obispo, a semejanza de Cristo Jesús puede proclamar “El espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha ungido y me ha enviado” y, en consecuencia, decir junto con Pedro y con gran convicción: “Señor, en tu nombre, echaré las redes” (Lc 5,5).
Queridas hermanas y hermanos: En el momento de gracia que vive la iglesia que peregrina en Querétaro damos gracias al Señor por los tantos singulares hombres y mujeres de Dios que han sido providenciales para el nacimiento, florecimiento y crecimiento de esta Diócesis. Hombres y mujeres cuyos nombres, el Padre, dador de todos los bienes, conoce bien, pues él mismo los eligió y los sigue eligiendo por medio del Espíritu Santo y de su Iglesia.
Alentados por los abundantes frutos cosechadas hasta hoy, pidamos a Dios por nuestro querido Mons. Mario De Gasperín, para que el Espíritu Santo lo siga fortaleciendo y le siga haciendo experimentar día a día su cercanía amorosa; y con nuestro afecto y oración apoyemos constantemente a Mons. Faustino Armendáriz, para que acogiendo plenamente la gracia del Señor y sostenido por Él, compartiendo su vida, su soledad, su oración, su entrega absoluta, su sacrificio hasta la muerte por la salvación de los hombres, sea siempre visible imagen del Buen Pastor, perseverando fiel, humilde, generosa y valientemente en el cumplimiento del ministerio que hoy se le confía al frente de la iglesia que peregrina en Querétaro.
A María Santísima, nuestra Madre, quien no cesa de velar por nuestro bien y por el bien de la Iglesia, le pedimos alcance de su Divino Hijo la abundancia de gracias, dones y bendiciones a los obispos, sacerdotes, religiosas y religiosos, a las familias, a los jóvenes, niños y ancianos y a todos los hombres y mujeres de Querétaro. Que Ella, con su auxilio e intercesión impulse a todos y a cada uno hacia una cada vez más creciente perfección espiritual, en el encuentro personal y profundo con su amado Hijo, Jesucristo Nuestro Señor.