domingo, 8 de mayo de 2011

«LA PAZ ESTÉ CON USTEDES»

LA PAZ, TAREA DE TODOS

Artículo del Pbro. Fabricio Seleno Calderón Canabal, Encargado de la Comisión Diocesana para la Pastoral de la Comunicación Socia de la Diócesis de Campeche.
 
El pasado viernes 6 de mayo, la Conferencia del Episcopado Mexicano emitió un Boletín de Prensa que titula “La paz, tarea de todos”, a propósito de la Marcha por la Paz, para la cual, expresa el boletín, «se ha emitido una convocatoria de la sociedad civil, de la que todos formamos parte y debemos mostrar solidaridad, para que los mexicanos exclamemos con fuerza y determinación un rotundo ¡basta! a la violencia en México».

Sin dejar de reconocer que «la paz es una condición necesaria para el desarrollo de las sociedades» y que la paz «no se trata solo de una convivencia armónica, de expresar valores e ideas, de la diaria interacción en el campo de relaciones humanas, sino de aportar, en estas y otras condiciones, caminos viables, resueltos e inequívocos para el restablecimiento de la paz en todos los ambientes», es necesario tomar conciencia de que hablamos de una paz auténtica y duradera.

Hablamos de la auténtica paz que brota de la persona misma del Resucitado. La paz que Cristo nos ofrece no es una paz como la da el mundo; no es, por tanto, una paz construida fundamentalmente sobre treguas, componendas, acuerdos. «Tú no me agredes; yo tampoco te agredo. Vivimos en paz. Pero si tu me atacas… ¡se acabó la paz». La paz de Cristo vivo y resucitado no es así.

«La humanidad no encontrará paz hasta que no se dirija con confianza a la misericordia divina», dijo un día Jesús a santa Faustina Kowalska. La misericordia divina es el don pascual que la Iglesia recibe de Cristo resucitado y que ofrece a la humanidad en este tercer milenio. No es un mensaje nuevo, pero se puede considerar un don especial que nos ayuda a revivir más intensamente el evangelio de la Pascua, para ofrecerlo como un rayo de luz a los hombres y mujeres de nuestro tiempo.

Como sucedió con los Apóstoles, es necesario que también los hombres y mujeres de hoy acojamos en el cenáculo de la historia a Cristo resucitado, que muestra las heridas de su crucifixión y repite: «La Paz esté con ustedes». Es preciso que todos nos dejemos impregnar por el Espíritu que Cristo resucitado le infunde, pues este Espíritu sana las heridas de nuestro corazón, derriba las barreras que nos separan de Dios, derriba las barreras que nos desunen entre nosotros, y nos devuelve la alegría del amor del Padre y la de la unidad fraterna.

«Confiamos –expresan los obispos de México en el Boletín- que las propuestas de la sociedad civil y su participación en esta búsqueda de la paz, darán frutos abundantes. Que ese clamor de paz, no solo lo dirijamos a quienes son responsables de nuestra protección y seguridad, sino también a nosotros mismos, a cada ciudadano, porque la paz es tarea de todos, y todos somos responsables de procurarla y testimoniarla».

Sin embargo, también nos invitan a realizar una seria reflexión sobre «los momentos en que nosotros mismos generamos violencia, cuando somos intolerantes; cuando negamos el perdón, propiciando resentimiento; cuando excluimos por condiciones de raza, lengua o religión; cuando nos mostramos insolidarios e inmisericordes».

Todos los que creemos en Cristo vivo y Resucitado tenemos un auténtico compromiso por la paz y toda la acción de la Iglesia debe estar dirigida a la construcción de la paz, por eso es que los Obispos de México refrendan su responsabilidad de ser constructores de paz y de justicia:

Impulsando «el desarrollo humano de las personas, en las familias y en las comunidades, que propicie la reconciliación de la propia afectividad, para que afloren sentimientos de paz que encaucen positivamente el potencial de agresividad que existe en todas las personas».

Rechazando toda forma de violencia «presente en nosotros y en torno a nosotros», ya que «no podemos acostumbrarnos a la violencia ni asumirla como estilo de vida; ésta nos debe sorprender y nos tiene que llevar a la indignación que nos mueve a evitarla».

Promoviendo el amor a la paz, pues «es importante amar la paz, adherirse a ella de un modo espontáneo, disfrutarla y celebrarla cuando se tiene y también expresar el dolor y sufrimiento cuando nos vemos privados de ella».

Fomentando «el sentido de pertenencia a la nación y el reconocimiento de que en nuestras diferencias está nuestra riqueza. Con nuestra nación se identifican nuestra familia y nuestros amigos; nuestros valores y nuestra cultura; nuestros recursos y la riqueza de nuestro entorno. Somos un solo pueblo, plural, diverso, pero un solo pueblo».

Los primeros cristianos, al encontrarse con el Resucitado, fueron sacudidos en su interior y vivieron una experiencia que transformó toda su vida, sus costumbres y sus creencias. Las tinieblas que amenazaban con destruir aquella comunidad aturdida, temerosa y sin horizontes, encerrada en sí misma y en una casa, por miedo a correr la misma muerte violenta que su Maestro, dan paso a un estallido radiante de luz y esperanza ancladas en la victoria de quien dio la vida por nosotros y que al final ha vencido a la muerte.

El encuentro con Jesús vivo y resucitado transforma a sus discípulos en personas nuevas, llenas de esperanza, de futuro, de alegría y de paz. ¡Que el encuentro con Cristo vivo y resucitado nos transforme a todos los mexicanos en personas nuevas, en personas constructoras de paz!
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