domingo, 3 de abril de 2011

"HE VENIDO A ESTE MUNDO PARA QUE LOS CIEGOS VEAN"

CON UNA VISIÓN MÁS CRISTIANA

Artículo del Pbro. Richard L. Clifford, Misionero de Maryknoll, sacerdote católico y colaborador de la Pastoral del Amor en la Arquidiócesis de Yucatán.

"He venido a este mundo
para que los ciegos vean"
                            Juan 9, 39

En varias oportunidades me ha tocado participar con amigos y familiares de un sencillo juego sobre nuestros cinco sentidos. En el encuentro, cada uno de los reunidos tiene que decir cuál de nuestros sentidos considera más "indispensable" y por qué.

Hay diferentes preferencias con interesantes razones, pero la mayoría califica a la vista como el sentido número uno.

Este juego, que siempre resulta interesante, viene a mi mente en el contexto del Evangelio de este Cuarto Domingo de Cuaresma, pues en él encontramos una interesante narración de San Juan sobre aquel ciego cuya curación por Jesús es motivo de tanto alboroto, lo que causa sorpresa y confusión.

Así, el Evangelio sigue con un interesante diálogo de parte de una gente incrédula y sorprendida. Particularmente, los fariseos son quienes de manera infantil y ridícula critican ese milagro, porque Jesús, según ellos, ¡violaba el descanso del sábado para hacer dicho milagro!

Cada vez que reviso este Evangelio sobre la recuperación de la vista regreso a varios años atrás cuando mi madre, María Alicia, iba perdiendo paulatinamente la buenísima vista que siempre había tenido, que le ayudaba a leer vorazmente todo, guardándolo en una memoria fantástica.

En ese momento mi madre tenía dificultades con la vista, lo que resultó un gran sufrimiento en su vida activa. Recuerdo aquella tarde cuando al pasar las páginas de un librito experimentaba dificultades particulares, lo que le causaba gran cansancio a sus ojos.

Entonces dejó el libro a un lado y volviéndose a mí -con una mirada de ansiedad y angustia- dijo sollozando: "Mi amor... dichoso eres tú por tener ojos tan sanos. ¡Siempre debes dar gracias a Dios por la buena vista que tienes! ¡Qué penoso no poder ver bien!".

Con frecuencia retorno con nostalgia a aquella tarde, recordando la mirada tan triste de mi madre y aquellos ojos buscando más luz para disipar las crecientes sombras de su debilitada vista. Afortunadamente, gozo de cierta buena vista todavía y agradezco al Señor por este don.

Pero de cuando en cuando sufro -¡como todos!- una debilitada visión que no se corrige con el uso de lentes, ¡por más fuerte que sea la graduación! ¡Me refiero a aquella vista espiritual del alma para ver los pasos que se deben dar en el diario caminar, con sus desafíos.

Sólo una vista espiritual que surge del alma es capaz de penetrar lo nebuloso de esos momentos oscuros.

Pero no es tan fácil de adquirir ese don de la "Buena Vista". Sin embargo, un sano ambiente familiar, escolar, social, laboral, etcétera, donde reine el aprecio por los valores y verdades de la vida cristiana facilita su adquisición, pues donde está ausente un aprecio por lo espiritual ¡jamás habrá buena vista!

Si fuera posible sintetizar la misión y el ministerio de Jesús en una sola frase, me parece que bien podría ser aquella que encontramos en el evangelio de hoy, donde el Señor aprovecha la curación al joven invidente para declarar: "He venido a este mundo para que los ciegos vean" (Jn 9, 39).

Queridos hermanos: Hoy, en la fiesta de San Ricardo de Chichester (1253, sur de Londres, Inglaterra) pidamos la gracia de ver al señor de manera más clara, a través de la siguiente oración del santo británico: "Te doy gracias a ti, mi Señor Jesucristo, / por todas las bendiciones que me has dado, / por todas las penas e insultos que has aguantado por mí. / ¡Oh!, misericordioso redentor, amigo y hermano, / concédeme verte más claramente, / amarte más profundamente, / seguirte más íntimamente / día a día".
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