LA CONVERSIÓN DE DON SAMUEL
Artículo del Pbro. Alfredo Hernández Vázauez, sacerdote de la Arquidiócesis de Xalapa, publicado en la página 14 de la edición del domingo 27 de Marzo de 2011 del Semanario Alégrate, de la Arquidiócesis de Xalapa
En este tiempo de Cuaresma, tiempo de «metanoia», es oportuno recordar la conversión de un hombre, de un obispo, que por su compromiso con los más pobres, fue ejemplo para el mundo y sobre todo para América Latina.
El 25 de enero de 1960, tan sólo con 36 años de edad, fue nombrado obispo de san Cristóbal de las Casas, en el estado de Chiapas, diócesis que se caracteriza por su extrema pobreza y por su población mayoritariamente indígena.
Llegaba de la diócesis de León. Era un hombre de ideas conservadoras. Pero el contacto con los indígenas le hizo ver la opresión en que vivían y de manera decidida convirtió la causa de su liberación en su propia causa.
Como había sido la costumbre, al visitar las comunidades de su diócesis, fue recibido y hospedado en las haciendas cafetaleras, cuyos dueños eran las personas más acomodadas. En una de esas primeras visitas un indígena se atrevió a llegar hasta él y le entregó un recado que decía: «Señor obispo, por favor ya no venga, porque su visita nos cuesta mucho dinero». Don Samuel trató de localizarlo; lo encontró y le preguntó: «¿Por qué mi visita les cuesta mucho dinero?» El indígena le contestó: «Porque el Patrón, de nuestra paga que es poca, nos descuenta para la misa, para los cohetes, para las flores de la iglesia, para su comida y para su hospedaje».
Desde ese momento Don Samuel renunció a hospedarse en las casas de los hacendados y durante 40 años, en sus visitas a las comunidades, se hospedó en las humildes casas de los indígenas. Un cambio radical de pensamiento y actitudes que lo acercó a sus fieles, y lo hizo compartir la vida diaria con ellos. Cambio que molestó a muchos políticos, empresarios, caciques y terratenientes.
A partir de entonces se convirtió en la voz que interpelaba las conciencias sobre los problemas de los más necesitados, que en su diócesis eran los indígenas.
Pocos años más tarde, en Medellín, fue uno de los autores del documento que habla sobre la pobreza de la Iglesia: «Deseamos que nuestra habitación y estilo de vida sean modestos; nuestro vestir, sencillo; nuestras obras e instituciones, funcionales, sin aparato ni ostentación. Exhortamos a los sacerdotes a dar testimonio de pobreza y desprendimiento de los bienes materiales, como lo hacen tantos, particularmente en regiones rurales y barrios pobres».
De Don Samuel queda su obra conceptual, pero sobre todo queda el testimonio de sus acciones a favor de los más necesitados. Será una fuente a la que habrá de acudir todo hombre de la Iglesia con causa social.
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