sábado, 12 de febrero de 2011

HOMILÍA DEL OBISPO DE CAMPECHE: DOMINGO VI DEL TIEMPO ORDINARIO



DOMINGO VI DEL TIEMPO ORDINARIO
13 de Febrero de 2011

Muy queridos hermanos y hermanas: Las voces de muchos alejados, y a veces dolidos, las voces anónimas que se levantan sin conocimiento de causa, tachan a la Iglesia de retrógrada, anacrónica y anticuada. Sobre todo en esta cultura que está sedienta de modas y novedades cuesta trabajo conservar estructuras e instituciones del pasado. Será interesante confrontarnos con la Palabra de este domingo y con la siempre nueva verdad del Evangelio. Quizá quedaría al descubierto el afán de cambio y de novedad pero sólo por fuera, porque nuestros corazones siguen vestidos con los andrajos del hombre viejo, sometidos a la letra sin vida, estancados en la mediocridad en que sumerge el pecado; no hemos desgastado siquiera un poco los mandamientos nuevos, o el espíritu nuevo con que viven los hijos de Dios.

Del Evangelio según san Mateo 5, 17-37:

«En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: "No crean que he venido a abolir la ley o los profetas; no he venido a abolirlos, sino a darles plenitud. Yo les aseguro que antes se acabarán el cielo y la tierra, que deje de cumplirse hasta la más pequeña letra o coma de la ley. Por lo tanto, el que quebrante uno de estos preceptos menores y enseñe eso a los hombres, será el menor en el Reino de los cielos; pero el que los cumpla y los enseñe, será grande en el Reino de los cielos. Les aseguro que si su justicia no es mayor que la de los escribas y fariseos, ciertamente no entrarán ustedes en el Reino de los cielos.

Han oído ustedes que se dijo a los antiguos: No matarás y el que mate será llevado ante el tribunal. Pero yo les digo: Todo el que se enoje con su hermano, será llevado también ante el tribunal; el que insulte a su hermano, será llevado ante el tribunal supremo, y el que lo desprecie, será llevado al fuego del lugar de castigo.

Por lo tanto, si cuando vas a poner tu ofrenda sobre el altar, te acuerdas allí mismo de que tu hermano tiene alguna queja contra ti, deja tu ofrenda junto al altar y ve primero a reconciliarte con tu hermano, y vuelve luego a presentar tu ofrenda. Arréglate pronto con tu adversario, mientras vas con él por el camino; no sea que te entregue al juez, el juez al policía y te metan a la cárcel. Te aseguro que no saldrás de allí hasta que hayas pagado el último centavo.

También han oído ustedes que se dijo a los antiguos: No cometerás adulterio. Pero yo les digo que quien mire con malos deseos a una mujer, ya cometió adulterio con ella en su corazón. Por eso, si tu ojo derecho es para ti ocasión de pecado, arráncatelo y tíralo lejos, porque más te vale perder una parte de tu cuerpo y no que todo él sea arrojado al lugar de castigo. Y si tu mano derecha es para ti ocasión de pecado, córtatela y arrójala lejos de ti, porque más te vale perder una parte de tu cuerpo y no que todo él sea arrojado al lugar de castigo.

También se dijo antes: El que se divorcie, que le dé a su mujer un certificado de divorcio; pero yo les digo que el que se divorcia, salvo el caso de que vivan en unión ilegítima, expone a su mujer al adulterio y el que se casa con una divorciada comete adulterio.

Han oído ustedes que se dijo a los antiguos: No jurarás en falso y le cumplirás al Señor lo que le hayas prometido con juramento. Pero yo les digo: No juren de ninguna manera, ni por el cielo, que es el trono de Dios; ni por la tierra, porque es donde él pone los pies; ni por Jerusalén, que es la ciudad del gran Rey.

Tampoco jures por tu cabeza, porque no puedes hacer blanco o negro uno solo de tus cabellos. Digan simplemente sí, cuando es sí; y no, cuando es no. Lo que se diga de más, viene del maligno"».Palabra del Señor.

INTRODUCCIÓN

Si bien es cierto que no podemos considerar aislados los pasajes del Evangelio que meditamos cada domingo, mucho menos podemos tomar por separado el de hoy, de los dos domingos que le preceden. Jesús no se ha movido de lugar. En estos largos discursos que lo hace decir San Mateo, Jesús es presentando en un nuevo monte Sinaí como el nuevo legislador promulgando una nueva ley, ante el nuevo Israel, que son los de corazón pobre.

Dado que este evangelista se dirige a los judíos convertidos al cristianismo, y luego de verse rechazados por su propio pueblo de manera definitiva en aquel sínodo judío de Yamnia, resulta comprensible que quiera mostrar a Jesús como superior a Moisés que plenifica la legislación vigente. La referencia a la Antigua Alianza y la novedad de Jesús será el recurso con que Mateo se acerque a sus compatriotas para motivar la vivencia cristiana.

Así, en continuidad con la proclamación de las bienaventuranzas y de las condiciones del discipulado como sal y luz, hoy Jesús nos descubre el sentido de la ley nueva.

Cristo es todo un maestro que hace recordar a quienes le escuchan, a los antiguos rabinos de las escuelas y las sinagogas que recurren a las antinomias para su enseñanza: "Han oído ustedes que se dijo a los antiguos, pero yo les digo". El Señor habla como quien tiene autoridad y compromete en sus palabras toda su potestad, con la conciencia de su condición de Hijo de Dios.

En el fondo, Jesús simplemente nos hace una propuesta, muy en consonancia con la primera lectura de este día tomada del libro del Eclesiástico, cuando dice que el Señor ha puesto delante nuestro el fuego y el agua; es cuestión de extender la mano y elegir. La novedad del mensaje de Cristo tiene muchas implicaciones que nos desinstalan y nos retan al cambio radical; elegirlo a Él significa abrazarnos a la ley nueva del amor en la libertad de los hijos de Dios y no siempre es tan sencillo dejar atrás al hombre viejo, al corazón empedernido, a nuestra necia manera de vivir, a la tolerancia a vivir con el pecado al lado.

Esto que nos enseña hoy el Señor no compagina con la sabiduría del mundo, no concuerda con los criterios del pecado, no sintoniza con la maldad anidada en los corazones de los hombres. Por eso apreciamos lo que san Pablo arguye en la segunda lectura: en adelante predicamos una sabiduría divina, misteriosa, oculta hasta hoy para conducirnos a la gloria. La Ley que nos revela Cristo sólo puede ser comprendida por aquellos que aman al Señor y viven ya las bienaventuranzas, porque su exigencia va más allá de lo que el ojo ve, el oído escucha y la mente ni siquiera imagina, va directo a la profundidad de Dios, que es amor y que sin abolir, da plenitud a la ley, a los profetas y a las aspiraciones legítimas del ser humano.

1.- NO BASTA

Israel había puesto todo su empeño en conservar, a través de los siglos y de las vicisitudes de su atropellada historia, su fidelidad a la alianza. Se habían arropado fuertemente con el amparo de las normas, los ritos, las leyes. Les parecía para entonces la única manera de mantener al pueblo en el temor de Dios sin percatarse que sutilmente se iban alejando del sentido pleno de los mandamientos y se iban esclavizando a la letra que termina por asfixiar.

En algún momento del camino Israel se perdió y se dedicó a multiplicar los preceptos, a imponer yugos pesados, a oprimir las conciencias en el nombre de Dios. No se trata de entablar un juicio contra la ley y los profetas, ni siquiera podemos desacreditar su validez porque expresaban, de acuerdo a su tiempo y al proceso del pueblo elegido, la voluntad de Dios. No es que la ley sea mala y que de principio tenga que rebatirse o abolirse, sino que había perdido de vista su sentido y su espíritu, y ahora en lugar de liberar, subyugaba; en lugar de beneficiar, tiranizaba.

Llegado el punto, para el judío creyente y practicante bastaba con cumplir puntualmente las letras del precepto para adormilar su conciencia y tenerse por justo y bueno. Era la moral y la religión del centímetro, donde importaba de dónde a dónde era pecado y hasta dónde aún se pasaba por bueno. ¡Se ponía límite a la entrega a Dios! ¡Se medía el peso exacto que reclamaban los mandamientos!

Jesús aparece en este momento no como un loco que a diestra y siniestra critica y objeta; no es el rebelde sin causa ni se enfrenta torpemente a la tradición de siglos. Al contrario, el Señor se pone de frente ante la Torá, la ama, la libera del moho, le agradece su benemérita obra en el pueblo elegido y la rescata de su patente ruina; Cristo la reconduce a su raíz y le devuelve su frescura. A la norma anquilosada la embellece y la renueva, vistiéndola de vida y salvación.

Por eso entendemos que a la ley antigua no le antepone una nueva ley, no, sino que aquella dada la transforma y la lleva a una radicalidad sin precedentes, la eleva por encima de cualquier legislación humana de antes y después, y antepone a toda regla el valor sagrado de la persona y el respeto irrenunciable a la dignidad humana.

Es que no era suficiente con cumplir la letra de la ley, era preciso ayudarle a alcanzar su objetivo último de servir a la vida, instaurar la justicia, fomentar la caridad, defender la verdad y guiar a la salvación.

Y nosotros, queridos hermanos y hermanas, ¿nos conformamos con obedecer la ley, con seguir puntalmente los preceptos, aparentar bondad, medir con centímetros nuestras acciones? O por el contrario, vivimos el sentido nuevo de las normas, experimentamos la libertad de hijos abrazados a la ley del amor, y la medida de nuestra religión y nuestra moral es la entrega total.

2.- ANTIGUO Y NUEVO

Salvando lo esencial que permanece en la legislación antigua y nueva porque corresponde a la voluntad de Dios, se ponen en juego distintos binomios que manifiestan la plenitud de la ley y los profetas: a lo antiguo-nuevo; a la letra-espíritu; al claroscuro de la vieja alianza-la fosforescencia de la nueva. Lo que hace Jesucristo es poner los puntos sobre las íes, es decir, devolver al precepto, la justicia del amor. Pudiéramos decir que desde Cristo, la caridad a la ley es como el alma al cuerpo.

Han oído ustedes que se dijo a los antiguos no matarás. E imaginamos todos inmediatamente que se refiere a la privación de la vida, al uso de armas y violencia para quitarle a otro la existencia. Y visto así, no son tantos los que matan. Pero yo les digo, dice el Señor, que hay otras formas más sutiles y no por eso menos eficaces de matar, porque duelen más que los golpes las palabras ofensivas, torturan más que los tormentos el desprecio y el rechazo. No se trata de estar al pendiente de no matar a nadie, hay que estar atentos de amar y aceptar a todos.

¡Cuántas muertes deberemos en nuestras conciencias por tantos hermanos que hemos ignorado! Y cuantas veces, indignos, nos acercamos al altar con nuestra ofrenda, o elevamos nuestra oración, a sabiendas que debemos la muerte de un hermano con quien nos ha faltado caridad. El Señor nos da también el remedio: busquen la reconciliación, perdonar y pedir perdón es el antídoto a este fratricidio. Ahora sabemos que la muerte sí tiene remedio, que pueden revivir nuestras víctimas cuando reconocemos nuestros errores y resarcimos el daño causado al hermano.

Han oído ustedes que se dijo a los antiguos no cometerás adulterio. Y esperamos que el acto se consume para considerar este pecado; que haya un tercero para reconocer esta falta. Pero yo les digo, y les recuerdo nos dice Jesús, que en el corazón hunden sus raíces los pecados, y entre ellos, el adulterio. Es una realidad el adulterio del corazón y no es exclusivo de los varones. La promesa de amor de los cónyuges abarca la fidelidad en las obras, en la mente y en el corazón. El remedio es someter a disciplina, a sacrificio, a oblación aquello que es vehículo de este pecado. De modo superlativo lo propone el Evangelio como cortar los miembros del cuerpo que caen en la falta, para incentivarnos a alcanzar lo suficiente. Evitar miradas malintencionadas, evadir pláticas indecentes, no buscar imágenes estimulantes son medios útiles para guardarnos, en los distintos estados de vida, en la fidelidad a la vocación que hemos recibido.

Cuidemos que nuestro corazón no esté dividido, que sepa ser leal y fiel. Han oído ustedes que se dijo a los antiguos el que se divorcie, que le dé a su mujer un certificado de divorcio. Otro evangelista precisará que esto prescrito por Moisés corresponde a la dureza del corazón. Y resulta tan sencillo que un papel timbrado rompa lo indivisible. Pero yo les digo, que un certificado no puede separar lo que Dios unió, dice Jesús. Él restituye el valor y la igual del hombre y la mujer. No estamos llamados a la cobardía, a la irresponsabilidad, al miedo a los compromisos permanentes. No se vale destruir historias, mutilar vidas, levantar y derrumbar vínculos al antojo con una autorización firmada.

¿Quién tiene ese poder? El matrimonio es indisoluble, primero porque manifiesta la fidelidad y eternidad del amor de Dios por el hombre, luego porque consagra el amor humano y por último porque fue una decisión libre y responsable de los contrayentes. Cada vez hay más facilidades para anular los contratos nupciales; con un poco de dinero, con algunos argumentos hilados y con la mayor irresponsabilidad posible, los divorcios van en aumento. Sabemos que de fondo, hemos olvidado cómo amar de verdad, nos rendimos demasiado fácil ante las dificultades, y nunca hemos aprendido a darnos, siempre hemos buscado recibir y ser complacidos.

Han oído ustedes que se dijo a los antiguos no jurarás en falso y le cumplirás al Señor lo que le hayas prometido con juramento. Jugar con el nombre de Dios o con lo que a Él le pertenece es atrevido y arriesgado. Pero yo les digo, que no podemos hacer de Dios nuestro cómplice, ni es juguete para avalar nuestras falsedades. Que no puede ser la angustia la que nos mueva al sacrificio y a prometer cosas que no pensamos cumplir. Corremos el riesgo de engañarnos a nosotros mismos y terminar por pagar un precio demasiado alto por nuestra ceguera.

Es la invitación a la verdad, donde no caben ni las famosas "mentiras piadosas", que de esto no tienen nada. Recuerden la primera lectura que nos advierte que a nadie le está mandado ser impío, y a nadie se le ha permitido pecar. Nunca estaremos obligados a pecar para conseguir ningún bien, es una flagrante mentira. No ofrezcamos recompensa por nuestra cabeza, permanezcamos en la verdad, sí cuando es sí, y no cuando es no.

3.- LA JUSTICIA DE LOS FARISEOS

Es probable que al repasar el modo de actuar de los fariseos, los letrados conformes con el sometimiento a la exterioridad de la ley, nos veamos casi descritos en detalle. Somos muchos los católicos que acallamos nuestras conciencias con el mero cumplimiento de los preceptos del Decálogo. Hemos hecho de nuestra fe y de la práctica de nuestra religión, un elemento más de folclore, una tradición y una costumbre perteneciente a un patrimonio histórico y cultural. Puede haber cristianos que sirvan de piezas de museo por conservar intactas las costumbres de ayer, pero sin transformar su corazón y sin estar animados por el espíritu siempre nuevo de la caridad.

Por eso era necesario que el Señor Jesús nos hablara con dureza y con verdad. Hoy como entonces, Cristo no viene a atacar y abolir la ley, sino nuestra manera miope de interpretarla, y la rigidez con que la vivimos. El problema no es la ley, es nuestra forma de abrazarla.

Lo dice sin tapujos: Si su justicia, si su fidelidad, si su pureza y su santidad no es mayor que la de los fariseos, no entrarán en el Reino de los cielos. Esta es la diferencia primaria con los judío, el llamado a una justicia mayor, esta es la novedad del Evangelio que no acepta mediocridades y tacañerías. Mientras no entendamos y vivamos la conciencia de que amar es cumplir toda la ley, seguiremos en la práctica farisaica de los ritos y las leyes.

La ley seguirá siendo necesaria, pero será útil sólo si funge como pedagoga, como educadora en el amor creciente. El verdadero amor va más lejos que la justicia y el derecho, sin suplantarlos. El cristiano que ha entendido bien la ley del amor no se limita al mínimo indispensable de cumplimiento con sometimiento de esclavo, sino que con el Espíritu y el amor derramado en los corazones, libre y liberado, se entrega a una obediencia de hijo bajo una ley interior sin fronteras.

A MODO DE CONCLUSIÓN

Sin mucho que decir ya, animémonos unos a otros en hacer cada vez más auténtica nuestra vida de fe, nuestro amor a Dios y nuestra caridad al prójimo. No nos aletarguemos con el mínimo de entrega y la práctica externa y rígida de la ley. Que acrecentemos nuestra justicia para poder entrar al Reino de los cielos. Que podamos vivir en la novedad del Evangelio y que siguiendo la Verdad de Jesucristo formemos su pueblo nuevo que tiene como meta el Reino, como estado la libertad y como ley, el precepto del amor. ¡Ánimo!

Mons. Ramón Castro Castro
XIII Obispo de Campeche
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