domingo, 13 de febrero de 2011

EXPRESEMOS NUESTRO AMOR Y CARIÑO A LOS ENFERMOS

CELEBREMOS EL DÍA DEL AMOR

Escrito por: Pbro. Fabricio Seleno Calderón Canabal.


“El día del amor también se celebra el 11 de febrero”, esta frase, que llamó mi atención, era el título de un comunicado de la Arquidiócesis de Xalapa, invitando a todos los católicos «a expresar el amor y el cariño a nuestros hermanos enfermos, para quienes se organiza la Jornada Mundial del Enfermo el día 11 de febrero, en el marco de la fiesta de la Virgen de Lourdes».

Y es que la Jornada Mundial del Enfermo, instituida por el Papa Juan Pablo II el 13 de Mayo de 1992 y celebrada por primera vez el 11 de Febrero de 1993, ofrece la oportunidad de recordar la importancia de atender a los enfermos y enfermas, como un signo también del Reino y «verdaderas catedrales del encuentro con el Señor Jesús» (DA 417).

Como cada año, para esta XIX Jornada Mundial del Enfermo el Papa Benedicto XVI ha enviado a la Iglesia un emotivo Mensaje que ha titulado con la cita bíblica de la primera carta de san Pedro: «Por sus llagas han sido curados» (1 Pe 2, 24), donde propone la Jornada Mundial del enfermo como una ocasión propicia «para sensibilizar más a nuestras comunidades y a la sociedad civil con respecto a los hermanos y las hermanas enfermos».

«Si cada hombre es hermano nuestro, con mayor razón el débil, el que sufre y el necesitado de cuidados deben estar en el centro de nuestra atención, para que ninguno de ellos se sienta olvidado o marginado».

Por sus llagas han sido curados. El Hijo de Dios sufrió, murió, pero resucitó, y precisamente por esto esas llagas se convierten en el signo de nuestra redención, del perdón y de la reconciliación con el Padre.

Por sus llagas han sido curados. Esas llagas son una prueba para la fe de los discípulos y para nuestra fe: cada vez que el Señor habla de su pasión y muerte, ellos no comprenden, rechazan, se oponen. Para ellos, como para nosotros, el sufrimiento está siempre lleno de misterio, es difícil de aceptar y de soportar.

Por sus llagas han sido curados. Los dos discípulos de Emaús caminan tristes por los acontecimientos sucedidos aquellos días en Jerusalén: Jesús, en quien habían puesto toda su esperanza, ha muerto; sólo cuando el Resucitado recorre el camino con ellos se abren a una visión nueva y su corazón empieza a arder.

Por sus llagas han sido curados. También al apóstol Tomás le cuesta creer en el camino de la pasión redentora: «Si no veo la marca de los clavos en sus manos; si no pongo el dedo en el lugar de los clavos y la mano en su costado, no lo creeré». Pero frente a Cristo que muestra sus llagas, su respuesta se transforma en una conmovedora profesión de fe: «¡Señor mío y Dios mío!».

Por sus llagas han sido curados. Esas llagas que antes eran un obstáculo insuperable, porque eran signo del aparente fracaso de Jesús, se convierten, en el encuentro con el Resucitado, en la prueba de un amor victorioso: «Sólo un Dios que nos ama hasta tomar sobre sí nuestras heridas y nuestro dolor, sobre todo el inocente, es digno de fe».

Por sus llagas han sido curados. Es precisamente a través de las llagas de Cristo como nosotros podemos ver, con ojos de esperanza, todos los males que afligen a la humanidad. Al resucitar, el Señor no eliminó el sufrimiento ni el mal del mundo, sino que los venció de raíz. A la prepotencia del mal opuso la omnipotencia de su Amor. Así nos indicó que el camino de la paz y de la alegría es el Amor.

Por sus llagas han sido curados. Los enfermos que tienen fe descubren el valor inestimable del propio sufrimiento. A la luz de la fe llegan a ver el significado fundamental que el dolor puede tener no sólo en su vida, interiormente renovada por esa llama que consume y transforma, sino también en la vida de la Iglesia.

Por sus llagas han sido curados. «Querido hermano enfermo, si alguien o algo te hace pensar que has llegado al final del camino… ¡No le creas! Si conoces el Amor eterno que te ha creado, sabes también que, dentro de ti, hay un alma inmortal.

Existen varias estaciones en la vida. Si acaso sientes que llega el invierno, quiero que sepas que esta no puede ser la última estación, porque la última será la primavera: la primavera de la resurrección. La totalidad de tu vida se extiende infinitamente más allá de sus fronteras terrenas: prevé el cielo».
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