HOMILÍA DEL NUNCIO APOSTÓLICO EN MÉXICO
en la toma de posesión del nuevo Obispo de
Tabasco, Mons. Gerardo de Jesús Rojas López
«Querido hermano Gerardo: este amado pueblo te mira hoy con ojos llenos de esperanza... Bienvenido a tu tierra, a tu casa, a tu familia. Abraza a todos, recordando que cada uno necesitará de tu cuidado y cercanía de padre y de pastor, pues ellos son tus hijos, tus amigos y hermanos».
Christophe Pierre
Queridos hermanos en el Episcopado. Sacerdotes, consagrados y diáconos.
Distinguidas autoridades.Muy queridos hermanos y hermanas todos en Cristo.
El Evangelista San Marcos afirma que “Jesús subió al monte, llamó a los que él quiso, y ellos lo siguieron. Constituyó a doce para que se quedaran con él, para mandarles a predicar y para que tuvieran el poder de expulsar a los demonios”.
Fue un momento trascendental antecedido por una noche de oración de parte de Jesús quien, eligiendo a aquellos doce, establecía los cimientos del nuevo pueblo de Dios. Ahora, estos lo acompañarán, estarán con Él, aprenderán personal e íntimamente de su Maestro; le tendrán fe, le entregarán su adhesión total, le mostrarán su fidelidad, y luego, como testigos de su resurrección, con valentía anunciarán la Buena Nueva al mundo, invitando a los hombres a transformarse en discípulos de Jesús, edificando la Iglesia y creando la “civilización del amor”.
Para ello Jesús les dio el poder de perdonar los pecados apelando a la plenitud del mismo poder que sobre el cielo y en la tierra, Él había recibido del Padre (Cfr. Mt 28,18). Ellos serán los primeros en ser revestidos del don del Espíritu Santo (Cfr. Hch 2, 1-4), mismo que luego recibirán quienes se irán progresivamente incorporando a la Iglesia por medio de la fe y los sacramentos (Cfr. Hch 2, 38).
Al igual que a los apóstoles y como sucesor de ellos, tú, querido hermano Gerardo, has sido objeto de una especial llamada de parte del Señor; una llamada que, bien sabes, en su dimensión más profunda es un gran misterio, un don que supera infinitamente al hombre, ante cuya grandeza no podemos sino inclinarnos con toda humildad: "No me han elegido ustedes a mí, sino que yo los he elegido a ustedes, y los he destinado para que vayan y den fruto, y su fruto permanezca" (Jn 15, 16). "Antes de haberte formado yo en el seno materno, te conocía, y antes que nacieses, te tenía consagrado: yo profeta de las naciones te constituí" (Jr 1, 5). Estas palabras no pueden sino estremecer profundamente a toda humilde alma sacerdotal (Cfr. Juan Pablo II, Don y Misterio, p. 9).
¡Sí!, por la fe sabemos que ha sido el Señor quien libremente te ha llamado y te ha consagrado para que estés con Él, para que lo conozcas, para que te configures a Él, y para enviarte como mensajero de la Buena Noticia de salvación integral para el hombre de aquí, de allá, de cada cultura y de toda cultura en el mundo entero. De nuestro “mundo, -como ha dicho recientemente el Papa-, con todas sus nuevas esperanzas, (pero que) está, al mismo tiempo, angustiado por la impresión de que el consenso moral se está disolviendo, un consenso sin el cual no funcionan las estructuras jurídicas y políticas; (y que) por consiguiente, las fuerzas movilizadas para defender dichas estructuras parecen estar destinadas al fracaso” (Benedicto XVI, 20.12.2010).
Esa angustia que se hace cada día más tangible, conforme nos vamos adentrando en el llamado “cambio de época”, es decir, en el nuevo período de la historia donde los valores y las concepciones sobre las que se apoyaba la sociedad y la cultura, se han ido modificando. Período en el que las ideas y concepciones en aspectos esenciales de los seres humanos como la familia, el matrimonio, la vida, el respeto, la responsabilidad, la realización personal, se han visto denigrados progresiva y dramáticamente en los últimos años.
De la influencia de todo este proceso epocal no están exentos los bautizados. De hecho, hoy se percibe un cierto debilitamiento de la vida cristiana en la sociedad y una cierta confusión en torno a la propia pertenencia a la Iglesia católica debido al secularismo, al relativismo, al hedonismo, al indiferentismo y al proselitismo de numerosas nuevas expresiones pseudo religiosas.
No es raro, de suyo, encontrar identidades cristianas débiles y confusas; una fe que asume la forma de una práctica rutinaria hecha casi por inercia y bajo la influencia de un sincretismo de superstición y magia; una pertenencia a la Iglesia que aparece superficial e indiferente y que, en consecuencia, es incapaz de repercutir en las opciones y en los comportamientos de índole social, personal o familiar.
Hoy, la familia cristiana frecuentemente se manifiesta incapaz de poder, por sí sola, transmitir la fe a las nuevas generaciones; las parroquias, sobre todo en las grandes ciudades, abarcan con frecuencia territorios demasiado extensos que dificultan establecer relaciones personales y hacer que sean lugares de verdadera “común unión” cristiana. Todo ello contribuye a que muchas veces, la pastoral parroquial asuma la fisonomía de una tarea rutinaria, tal vez con mucho movimiento, pero con poca profundidad y trascendencia, o tal vez, asuma la forma de una pastoral en la que predomina el aspecto administrativo y la análoga relación de “compra-venta”.
Alguien ha revelado que “está en crisis la capacidad de una generación de adultos de educar a sus propios hijos. Durante años, desde los nuevos púlpitos -escuelas y universidades, periódicos y televisiones- se ha predicado que la libertad es la ausencia de vínculos y de historia; que se puede llegar a ser grandes sin pertenecer a nada y a nadie, siguiendo simplemente el propio gusto o antojo. Se ha vuelto normal pensar que todo es igual, que nada, en el fondo, tiene valor, sólo el dinero, el poder y la posición social. Se vive como si la verdad no existiera, como si el deseo de felicidad del que está hecho el corazón del hombre estuviera destinado a permanecer sin respuesta” (“Atlantide”, n. 4/12/2005, p. 119).
¡Sí!, el creciente proceso de secularización y la “dictadura del relativismo” (Benedicto XVI) han ido generando en muchos una tremenda carencia de valores, acompañada por un gozoso nihilismo que conduce a una alarmante erosión de la fe, en una especie de “apostasía silenciosa” (Juan Pablo II), en un “extraño olvido de Dios” (Benedicto XVI). Como contraparte a esta situación nuestro tiempo ha visto surgir aquí y allá un sin fin de propuestas pseudo religiosas que ofrecen contenidos ambivalentes, manipulados y ambiguos. “No quiero desacreditar todo lo que se sitúa en este contexto (...) –decía a este propósito el Papa Benedicto XVI-. Pero a menudo, la religión se convierte casi en un producto de consumo. Se escoge aquello que gusta, y algunos saben también sacarle provecho” (Benedicto XVI, Marienfeld, Colonia, 26.08.2005).
En nuestro mundo “se va constituyendo una dictadura del relativismo que no reconoce nada como definitivo y que deja como última medida sólo el propio yo y sus antojos” advertía ya antes el Cardenal Ratzinger (J. Ratzinger, Misa “Pro eligendo Pontifice, 2005).
“En nuestro mundo, frecuentemente dominado por una cultura secularizada que fomenta y propone modelos de vida sin Dios, -afirmaba también en su momento el Papa Juan Pablo II-, la fe de muchos es puesta a dura prueba y no pocas veces sofocada y apagada”. Y añadía: “se siente, entonces, con urgencia, la necesidad de un anuncio fuerte y de una sólida y profunda formación cristiana. ¡Cuánta necesidad existe hoy de personalidades cristianas maduras, conscientes de su identidad bautismal, de su vocación y misión en la Iglesia y en el mundo! ¡Cuánta necesidad de comunidades cristianas vivas!”
“Deberíamos” -dirá también el Santo Padre Benedicto XVI a un grupo de Obispos, manifestándoles su profundo anhelo apostólico-, “deberíamos reflexionar seriamente sobre el modo como podemos realizar hoy una verdadera evangelización, no sólo una nueva evangelización, sino con frecuencia una auténtica primera evangelización (…). Existe un nuevo paganismo y no basta que tratemos de conservar a la comunidad creyente, aunque esto es muy importante (...). Creo que todos juntos debemos tratar de encontrar modos nuevos de llevar el Evangelio al mundo actual, anunciar de nuevo a Cristo y establecer la fe” (Benedicto XVI, Encuentro con los Obispos alemanes, 26.08. 2005).
Sin duda que siempre, y particularmente hoy, en la Iglesia se habla mucho de evangelización. Y es justo: hay que hablar de ella, porque la evangelización es causa vital para la Iglesia y para el mundo. Sin embargo, existe un peligro real: el de permanecer inmóviles en el nivel teórico, en el nivel de los proyectos que quedan en el papel. De suyo, uno de los mayores obstáculos a la obra evangelizadora de la Iglesia, ha sido y es la rutina y la costumbre que quitan frescura y fuerza de persuasión al anuncio y al testimonio cristiano. A ello se refería hace años el Cardenal Ratzinger al hablar de “un gris pragmatismo de la vida cotidiana de la Iglesia (...) en el que, en apariencia, toda cosa procede normalmente, pero en realidad la fe se deteriora y precipita en la mezquindad” (Cfr. J. RATZINGER, Fede, Verità, Tolleranza. Il cristianesimo e le religioni del mondo, Cantagalli, Siena 2003, p. 134).
Queridos hermanos: La Iglesia -¡y la Iglesia somos nosotros!-, tiene la gran tarea de anunciar a todas las gentes la Buena Nueva y, al mismo tiempo, de custodiar y alimentar la fe del Pueblo de Dios, ayudando a los fieles a comprender que en virtud de su bautismo, están llamados a ser discípulos y misioneros de Jesucristo, lo que será posible sólo a través el encuentro personal y el seguimiento de Jesús, viviendo en intimidad con Él, imitando su ejemplo y dando testimonio. Porque, ser discípulos y misioneros de Jesucristo y buscar la vida “en Él”, exige y supone estar profundamente enraizados en Él.
En nuestros días, es urgente anunciar a Jesucristo. Pero no solamente a un Jesús aprendido en las aulas del seminario, del catecismo, de las conferencias; sino a Jesucristo vivo; al Jesucristo encontrado: escuchado y visto; al Jesús que, “creo y por ello doy testimonio”, camina junto a nosotros.
En nuestros días es urgente anunciar, con el testimonio y con la palabra, a “este Jesús” en los grandes areópagos modernos de la cultura, de la ciencia, de la economía, de la política y de los mass-media. Para ello es preciso que nos sumerjamos en un proceso de cambio radical de las mentalidades, un auténtico nuevo despertar de las conciencias de todos y cada uno; son necesarios nuevos métodos, nuevas expresiones, un nuevo coraje.
Pero también, y a la base, hace falta una filosofía y una antropología que considere en profundidad la realidad del hombre de hoy y tome en serio su modo de pensar y de razonar desde su lógica que tantas veces es ilógica; y hace falta una espiritualidad que sin interferencia alguna sea capaz de manifestarse como experiencia y como testimonio del cristiano y de la Iglesia toda que no sigue a un personaje de la historia pasada, sino a Cristo, vivo y presente en el ahora de nuestras vidas; a Jesús, que camina a nuestro lado descubriéndonos el verdadero sentido del hoy, de los acontecimientos, del dolor, de la muerte, y de la existencia toda.
Dirigiéndose a sus colaboradores en la Curia Romana el pasado mes de diciembre, el Santo Padre participaba su meditación diciendo que “Excita: (es) la oración (que) recuerda el grito dirigido al Señor, que estaba durmiendo en la barca de los discípulos sacudida por la tempestad y a punto de hundirse. Cuando su palabra poderosa apaciguó la tempestad, Él echó en cara a los discípulos su poca fe (cf. Mt 8,26). Quería decir: en vosotros mismos, la fe se ha adormecido. Lo mismo quiere decirnos también a nosotros. Con mucha frecuencia, también en nosotros la fe está dormida. Pidámosle, pues, que nos despierte del sueño de una fe que se ha cansado y que devuelva a esa fe la fuerza de mover montañas, es decir, de dar el justo orden a las cosas del mundo” (Benedicto XVI, Discurso 20.12.2010).
En esa misma circunstancia, queridos hermanos, el Santo Padre ha también gozosamente revelado que “Con mucha alegría comenzamos el Año Sacerdotal y, gracias a Dios, pudimos concluirlo también con mucha gratitud (…). Nos hemos dado cuenta nuevamente de lo bello que es el que seres humanos tengan la facultad de pronunciar en nombre de Dios y con pleno poder la palabra del perdón, y así puedan cambiar el mundo, la vida; qué hermoso el que seres humanos estén autorizados a pronunciar las palabras de la consagración, con las que el Señor atrae a sí una parte del mundo, transformándola en sustancia suya en un determinado lugar; qué bello poder estar, con la fuerza del Señor, cerca de los hombres en sus gozos y desventuras, en los momentos importantes y en aquellos oscuros de la vida; qué bello tener como cometido en la propia existencia no esto o aquello, sino sencillamente el ser mismo del hombre, para ayudarlo a que se abra a Dios y sea vivido a partir de Dios” (Benedicto XVI, Discurso 20.12.2010).
¡Ánimo, querido Mons. Gerardo! Y ánimo también, queridos sacerdotes, consagrados y fieles todos de esta Diócesis de Tabasco. Vayan y anuncien “a nuestros pueblos que Dios nos ama, que su existencia no es una amenaza para el hombre, que está cerca con el poder salvador y liberador de su Reino, que nos acompaña en la tribulación, que alienta incesantemente nuestra esperanza en medio de todas las pruebas” (DA 30; cfr. 548).
Querido hermano Gerardo: este amado pueblo te mira hoy con ojos llenos de esperanza; este pueblo que espera recibir de ti y de tus más cercanos y necesarios colaboradores: los sacerdotes de esta Diócesis, sólo al Cristo total. Alégrense y vivan dinámicamente orgullosos de su vocación, teniendo siempre presente que su primer campo de apostolado es su propia persona y su propia vida, lugar primario en el que el Evangelio debe ser predicado, plantado y vivido para alcanzar la meta a la cual tiende todo apostolado: la santificación.
Bienvenido a tu tierra, a tu casa, a tu familia. Abraza a todos, recordando que cada uno, particularmente tus sacerdotes, necesitarán de tu cuidado y cercanía de padre y de pastor, pues ellos son tus "hijos" (LG 28), tus "amigos" (ChD 16) y "hermanos" (PO 7).
Iglesia que peregrinas en Tabasco: ¡Ten ánimo y, con Cristo y en Cristo, ve siempre adelante! El Papa te bendice.
Bendice a su nuevo Pastor, bendice a sus sacerdotes, bendice a todos y cada uno de ustedes y a sus familias. Los bendice a todos; y con él, también yo los abrazo y bendigo con paternal afecto.
Que María Santísima interceda por ustedes y que Dios les conceda abundantes sus gracias y sus dones. Así sea.
Mons. Christophe Pierre
Nuncio Apostólico en México
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