martes, 14 de diciembre de 2010

BAJO LOS OJOS DE SANTA MARÍA DE GUADALUPE

BAJO LOS OJOS DE SANTA MARÍA DE GUADALUPE

VISITAS QUE TRANSFORMAN

La lluvia, los rezos, el cansancio, las interminables caminatas, parecerían suficientes para minar las fuerzas y la fe de los peregrinos que desde Michoacán, por ocho días, caminan rumbo al Tepeyac. Pero sucede todo lo contrario. Conforme pasan los días se les encuentra más entusiastas, adoloridos, pero con más fuerzas. Sus cantos, sus gritos y sus pasos tienen más decisión y más entusiasmo. Jorge inició la peregrinación como un reto atlético y físico. Estaba dispuesto a soportar las desveladas, las incomodidades y hasta la disciplina, con tal de demostrarse a sí mismo que era capaz de caminar igual que cualquier peregrino.

Pero no contaba con lo que podía suceder en su interior. Primeramente como una inquietud que le corroía el corazón, después como una fuerte llamada y al final con una claridad que lo llenó de alegría: no iba él a visitar a la Lupita, la Lupita era la que se le estaba metiendo en el corazón. Y así bajo la mirada amorosa de María de Guadalupe recorrió su vida y él, que se creía pecador y perdido, se descubrió amado y querido por María y, sobre todo, por Jesús.

MARÍA SE ENCAMINÓ PRESUROSA A VISITAR

La fiesta de la Virgen de Guadalupe viene a interrumpir el proceso de los domingos de Adviento que nos encaminan hacia la Navidad… ¿Interrumpir? No, ciertamente no continúan las mismas lecturas que acostumbramos cada año en este tiempo de Adviento, pero la fiesta de María de Guadalupe viene a meternos de lleno en la preparación de nuestro corazón y de nuestra patria para ese encuentro vital con el Salvador. La visita de María de Guadalupe viene a disponer nuestro corazón para esa otra visita más importante y más transformante, la visita de su Hijo que se encarna en medio de nosotros. Es curioso cómo una visita puede ayudar a descubrir con mayor claridad quiénes somos nosotros, cuáles son nuestras deficiencias y cuáles nuestras cualidades.

Los ojos del que llega descubren valores, bellezas y defectos que nosotros, por rutina o por costumbre, miramos como normales. El que llega nos trae alegría y nos hace reconocernos bendecidos y favorecidos de Dios. Hoy vienen a iluminar nuestra realidad dos visitas realizadas por María: la visita a Isabel, a aquella que llamaban estéril, a la que por vergüenza se escondía y que sin embargo ahora lleva en su seno al más grande profeta y precursor del Mesías. Y la visita al pueblo mexicano, en la persona de Juan Diego, el otro despreciado y ninguneado, al que creían incapaz e inútil, y que ahora se descubre como portavoz de un mensaje y constructor no sólo de un templo sino de una nación que se afirma en su fe en medio de sus dolores.

¿QUIÉN SOY YO?

Al saludo de María, Isabel se reconoce bendecida por Dios y se llena de la verdadera alegría. Los saltos de gozo de la criatura en su vientre, le confirman que atrás ha quedado la condena por su esterilidad y que de la fecundidad de su seno brota la esperanza del Mesías ya cercano que alumbrará a su pueblo. Su amargura y vergüenza se transforman por la presencia de Dios en su vida y la visita de María la hacen descubrirse digna, fecunda y feliz.

Juan Diego no quiere dar credibilidad a lo que ven sus ojos. ¿Estará en el paraíso? Él que se considera el último, la cola, lo despreciable, porque así se lo han tratado y humillado, escucha ahora palabras amorosas de una Madre que le habla con respeto como al “digno Juan Diego”, que le reconoce su dignidad y que deposita en sus manos un bello encargo con toda su confianza. Construir un templo de las ruinas de aquella nación que han destruido la violencia y la guerra, es un bello sueño que requiere la valentía, el amor y la fe que sólo la presencia de María, con Jesús en su seno, podían traer para el caído.

Así María, con sus visitas, constata el resurgimiento de Isabel, y despierta al pueblo mexicano para que escuche y reciba al Dios de la Vida. Hoy María hace lo mismo: a este pueblo mexicano tan sacudido por la violencia y la corrupción, le presenta el único camino posible de salvación: abrirse al Salvador y, con su fuerza, su amor y sus opciones, reconstruir la nación mexicana. No es solamente sentir bonito y emocionarse hasta las lágrimas por la visita de María de Guadalupe, es aceptar en nuestras vidas la plenitud que nos trae Cristo Jesús. Jesús restaura nuestra dignidad y nos impulsa a reconstruir, desde dentro, el templo que somos cada uno nosotros, la belleza de construcción que formamos como pueblo y el santuario sagrado de nuestra tierra.

DIOS CON NOSOTROS

Si la profecía de Isaías anuncia el nacimiento de un niño, Emmanuel, al pueblo de Israel desterrado y en el olvido, el mensaje de María trae noticias alegres a un pueblo mexicano desbaratado en sus más profundos cimientos, derribados sus templos, profanadas sus ciudades, destruida su fe. En sus mismos símbolos y estructuras, en sus mismas palabras y en su lenguaje, escucha Juan Diego las preciosas noticias que anuncian al Dios de la vida, de la justicia y de la verdad. En medio de la desolación comienzan los brotes de una fe que despierta la esperanza y que representa el conocimiento de “Aquel por quien vivimos”, “El verdadero Dios”.

Todos los signos del Tepeyac restauran la dignidad pisoteada del indígena: los riscos que brillan, los cantos de los pájaros, las rosas del milagro, todos son símbolos de la dignidad y del valor de la persona vuelve a estar en armonía con la naturaleza, con los hermanos y sobre todo con Dios. María nos trae al Emmanuel, “Dios con nosotros” y si Dios está con nosotros ¿quién estará contra nosotros? La presencia de este niño que ya llega nos restaura en nuestra dignidad de hijos de Dios y no podemos seguir con una vida de esclavos porque en Cristo somos hijos y herederos.

Si nos ponemos bajo la mirada amorosa de María ¿Cómo nos descubrimos y qué siente nuestro corazón? ¿A qué nos compromete su visita? ¿Cómo estamos construyendo nuestra Patria?

Mons. Enrique Díaz Díaz
Obispo Auxiliar de San Cristóbal de Las Casas
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