viernes, 31 de diciembre de 2010

ES DON DE DIOS EL QUE SEAMOS AGRADECIDOS

ES DON DE DIOS EL QUE SEAMOS AGRADECIDOS

Es costumbre arraigada y muy buena acudir a los templos el día último del año. Es justo dar gracias, es necesario pedir perdón y, por supuesto, hemos de pedir con gran confianza el auxilio divino al iniciar el año nuevo.

En realidad, todo lo que somos y tenemos, la vida misma, es un don inmerecido. Somos frágiles y estamos rodeados de peligros; por ello, el hecho de amanecer y contemplar una vez más la luz del sol es un regalo que debemos valorar. Es hermoso el canto popular:

“Gracias a Dios,
gracias a María,
que nos ha dado licencia
para ver un nuevo día”.

Pero la existencia es al mismo tiempo una responsabilidad y una tarea. Con plena conciencia hemos de orientar nuestros pasos hacia metas bien definidas. No podemos simplemente vegetar, ni hemos de dejarnos llevar como veletas por cualquier viento. Tenemos una libertad para decidir y tomar opciones. Es cierto que dependemos en alguna medida de las circunstancias que nos rodean, pero al final en cualquier circunstancia somos “arquitectos de nuestro destino” dando sentido a lo que hacemos y a lo que padecemos.

En la debilidad que nos caracteriza, con frecuencia traicionamos nuestros mejores ideales, no perseveramos en los propósitos, nos arrastran las tentaciones que surgen de adentro o llegan de fuera. Es por ello indispensable reconocer con toda humildad al final de un año las múltiples faltas cometidas.

La paciencia de Dios nos da otra oportunidad y nunca nos niega su perdón. Más aún, el Señor nos permite sacar de los mismos errores mayores bienes. Mientras más grande es nuestra miseria, tanto más se manifiesta su misericordia. Nos hace crecer así en el amor y gratitud, nos permite ser más comprensivos y avanzar en sabiduría.

Al desearnos “Feliz Año”, no olvidemos que el secreto y la clave de la felicidad es el amor, el querer hacer felices a los demás. La única y auténtica felicidad es la que compartimos. Jesús nos enseñó que “hay más alegría en dar que en recibir” y que sólo encontramos la plenitud al entregarnos.

Que la Luz de Cristo ilumine la vida y los hogares de todos y que en “Cristo, nuestra paz”, vivamos la reconciliación y trabajemos por un mundo justo y fraterno.


Mons. Alberto Suárez Inda
Arzobispo de Morelia
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