sábado, 30 de octubre de 2010

HOMILÍA DE MONS. RAMÓN CASTRO CASTRO

DOMINGO XXXI DEL TIEMPO ORDINARIO
31 de Octubre de 2010

Queridos amigos y hermanos: Avanzamos cada vez más a través del año litúrgico y contamos ya sus últimas semanas. Esta conciencia produce el saludable esfuerzo de revisarnos y analizar cuántos centímetros nos hemos movido hacia una forma de vivir más coherente como discípulos de Cristo.

Miramos hacia alrededor y tristemente constatamos que no han cedido ni la violencia, ni la pobreza, ni la muerte, ni el pecado que produce todo esto en el corazón del hombre.

Además, clausuramos hoy precisamente un mes significativo en la vida de fe de las comunidades cristianas: el mes de las misiones, del rosario y de la familia. Tal vez por todo esto se nos propone a la reflexión un llamado muy plástico y emotivo para la conversión personal, necesaria para todo discípulo misionero.

Del Evangelio según san Lucas 19, 1-10:

«En aquel tiempo, Jesús entró en Jericó, y al ir atravesando la ciudad, sucedió que un hombre llamado Zaqueo, jefe de publicanos y rico, trataba de conocer a Jesús; pero la gente se lo impedía, porque Zaqueo era de baja estatura. Entonces corrió y se subió a un árbol para verlo cuando pasara por ahí. Al llegar a ese lugar, Jesús levantó los ojos y le dijo: "Zaqueo, bájate pronto, porque hoy tengo que hospedarme en tu casa".

Él bajó enseguida y lo recibió muy contento. Al ver esto, comenzaron todos a murmurar diciendo: "Ha entrado a hospedarse en casa de un pecador".

Zaqueo, poniéndose de pie, dijo a Jesús: "Mira, Señor, voy a dar a los pobres la mitad de mis bienes, y si he defraudado a alguien, le restituiré cuatro veces más". Jesús le dijo: "Hoy ha llegado la salvación a esta casa, porque también él es hijo de Abraham, y el Hijo del hombre ha venido a buscar ya salvar lo que se había perdido"».Palabra del Señor.

INTRODUCCIÓN

Es bueno, de vez en vez, escuchar palabras de ánimo y alegría. En realidad, esa es nuestra tarea al anunciar a Jesucristo, puesto que nos trae una buena noticia, evangelio que da júbilo al corazón del hombre. No es pues la sentencia y el juicio amenazante lo que nos corresponde predicar, sino el amor del Dios de Jesucristo y su misericordia.

Es una verdadera piedra preciosa la página del libro de la Sabiduría que escuchamos en la primera lectura. Quiero detenerme sobre todo en una breve frase que desborda el gozo. En medio del reconocimiento de nuestra pequeñez y de la omnipotencia de Dios, en medio de ese gesto misericordioso que la Providencia nos concede para enmendar nuestra forma de vivir, la Escritura nos devela esa actitud amorosa de Dios en estas palabras: "Te compadeces de todos, y aunque puedes destruirlo todo, aparentas no ver los pecados de los hombres, para darles ocasión de arrepentirse".

Esta lectura es una magnífica introducción al bellísimo pasaje evangélico de Zaqueo, el pecador que no sólo se arrepiente, sino que se convierte y transforma su vida. Este testimonio nos dispone a experimentar la gracia que actúa en el hombre, como lo dice San Pablo en su segunda carta a los Tesalonicenses y nos prepara al día del Señor.

1.- Y PARA COLMO, RICO

Con sobrias palabras, pero llenas de significado, el evangelista nos describe al personaje protagónico de hoy. Un hombre que se llama Zaqueo es al tiempo jefe de los publicanos en Jericó; por oficio, detestable al común del pueblo, pecador manifiesto y despreciado por sistema. Era conocido por todos el modo de proceder de este tipo de personas que traicionando a su pueblo, colaboran con los opresores y más, como es el caso, siendo jefe de los publicanos. Por eso la reacción de la muchedumbre que se escandaliza, suena lógica, aunque lógica humana. Dios viene precisamente a buscar y salvar lo que se había perdido.

Además Zaqueo es rico. Nadie creería que su riqueza sea fruto de su trabajo honrado. Esta nota aparece en varias ocasiones como impedimento para reconocer la necesidad de Dios y asumir su voluntad. Rico es el hombre que se banqueteaba frente al mendigo Lázaro; rico el joven que aferrado a sus bienes, los prefiere a seguir a Jesús. Rico es Zaqueo, pero siente por lo menos, la curiosidad de conocer quién es Cristo. Seguro que conoce su fama, seguro que escuchó hablar de la curación de aquel ciego que radica en la ciudad, y tal vez de ahí se desprende su inquietud.

El evangelista lo describe como un hombre de baja estatura, lo que ocasiona que en medio de la multitud no pueda ver a Jesús y por eso toma la astuta decisión de correr y subir a un árbol. Este hecho puede reflejar la intensidad de su interés, pero también la posibilidad de saciar su averiguación con la comodidad de ver sin ser visto.

A todo esto, corresponde un mensaje para cada uno de nosotros, los que hemos experimentado la misma inquietud de conocer a este personaje que ha divido la historia de la humanidad y que ha arrastrado en su seguimiento a hombres y mujeres de todos los tiempos. Podemos haber hoy muchos publicanos y ricos, es decir, muchos que cargamos en la conciencia el reclamo de un mal proceder en nuestro pasado, muchos que nos hemos enriquecido, si no de dinero, sí de otras cosas igual de inconvenientes para seguir a Cristo, ricos en soberbia, en autosuficiencia, en egoísmo, en indiferencia a las necesidades ajenas.

Cuántos discípulos, como Zaqueo, habrán escalado el árbol que más les acomoda para permanecer sólo como espectadores de este Jesús, y verlo de lejos sin ser vistos, sin ninguna petición, sin ninguna intención de encontrarse con Él.

Es una verdadera alegría saber que el Señor pasa continuamente cerca de nosotros para dejarse encontrar, para darnos el regalo de hospedarse en nuestra casa.

2.- LA INICIATIVA SIEMPRE ES DE DIOS

Zaqueo no podía imaginar siquiera que el mismo Jesús detuviera su marcha, levantara sus ojos a aquel sicomoro y se dirigiera a él por su nombre. Aunque pensándolo bien, no nos debe sorprender, así es Dios. Siempre es Él quien toma la iniciativa, quien se dirige al hombre para rescatarlo, quien le ofrece la posibilidad de escribir de nuevo su propia historia. En el corazón de Jesús está firme la convicción de que su misión entre nosotros es buscar y salvar a quien se reconoce perdido, a quien en algún punto del camino se ha extraviado.

"Bájate pronto, porque hoy tengo que hospedarme en tu casa". Es, en unas cuantas palabras, la urgencia de la salvación que Jesús nos trae. Será pues preciso bajar y abrir las puertas de nuestra casa para que reciba alojamiento este singular peregrino.

Pensemos, queridos amigos y hermanos, de dónde tendríamos que bajar nosotros, a qué actitudes nos hemos subido nosotros que nos alejan del Salvador. Tenemos que bajar y aceptar la escasez de nuestra estatura en la fe, en la esperanza, en la caridad. Es cosa que no parece importante a los ojos de Cristo, mientras estemos dispuestos a hacerlo con alegría y darle posada en la intimidad de cada corazón.

No podemos seguir desviando la mirada cuando los ojos de Jesús se nos clavan en el alma; no podemos seguir haciéndonos del rogar cada que el Señor se detiene en nuestra vida y nos llama por nuestro nombre; no podemos defraudar cada oportunidad que nace de la iniciativa de Dios que quiere recobrarnos y salvarnos.

En la respuesta, tenemos que reconocer, Zaqueo nos da ejemplo del gozo, de la alegría que se experimenta al sentir la predilección de Dios, del hecho que sin merecerlo, Él mismo quiera ser un huésped más para traernos salvación.

3.- EN LA CASA DE UN PECADOR

Este es el gran escándalo, todos murmuran, dice el Evangelio. Ciertamente era la casa de un pecador reconocido, pero en cuál casa podría entrar Jesús donde no encontrara pecado. No acaban de comprender el rostro de Dios que Cristo les revela: no de un Dios vengador y justiciero, sino de un Dios indulgente y justo, y la diferencia es vasta. Para Él no hay casos perdidos. Lo ha gritado a todos los puntos cardinales, ha mostrado su inclinación hacia los pobres y desvalidos; en lo que va de la narración evangélica ha curado a leprosos y ciegos, ha bendecido a los niños, ha contado en parábolas el tamaño de la misericordia de su Padre, ha puesto en su lugar la ley como servicio para el hombre, ha dado esperanza a la samaritana y ha cantado las bienaventuranzas, pero el corazón endurecido de quien se amotina a su alrededor sin dejarse transformar, no acaba de comprender.

Es precisamente este tipo de albergues los que busca Cristo para renovarlos. No son los sanos los que ocupan del médico sino los enfermos. Puede ser fácil olvidarnos de la viga que traemos en nuestros ojos y admirarnos de la paja del ojo ajeno; tanto como escandalizarnos de que Jesús se hospede en cada de un pecador y olvidar que en nuestra casa también hay pecado, y en abundancia. Esta es la lógica de Dios: buscar, salvar y recuperar lo perdido.

Visto así, el escándalo deberá trocarse en esperanza de que podamos ser también nosotros visitados por el Señor, y el anhelo de que el corazón de tantos pecadores reciba una visita de salvación. Cuidado pues hermanos con asustarnos de que Jesús se acerque a los pecadores, porque estaríamos cerrando nuestras propias puertas para recibir el don de la redención.

Al fin de cuentas, tan abominable pecador nos da ejemplo de conversión. Zaqueo se pone de pie, es decir, se dispone al seguimiento, por describirlo de alguna manera. Ser discípulo no conlleva quedar reducido a la pobreza, sino a la conciencia de la comunicación de los bienes, en especial, encauzados hacia los más pobres. Por eso, está decidido a dar la mitad de sus riquezas a los más necesitados y devolver cuatro veces más al defraudado.

Compartir y restituir es un claro signo de respuesta generosa. Cuántos podemos aparentar conversión, pero no estar dispuestos a dar de lo que tenemos a quien necesita más que nosotros, y mucho menos, dispuestos a resarcir el daño que hemos causado. Nos tranquiliza el hecho de buscar la absolución del sacramento, sin movernos a la conversión auténtica que significa cambio, que exige transformación, que precisa reconocimiento y humildad de lo que hemos hecho mal.

La cuestión ahora se presenta para nosotros: ¿a qué estamos decididos para hacer patente el proceso de nuestra conversión?

4.- ¡ALELUYA! HA LLEGADO LA SALVACIÓN A ESTA CASA

Jesús acepta con gozo los primeros gestos de conversión. Zaqueo al hospedar a Cristo en su casa, ha hospedado mucho más: su propia salvación. El motivo del júbilo del Señor no es el hecho de que Zaqueo comparta sus bienes, sino el hecho de haber sido recibido y de haber encontrado tierra dispuesta para recibir la semilla del Evangelio. Queda claro que la historia no termina aquí, por el contrario, apenas comienza. Falta todo un camino que Zaqueo tendrá que recorrer, muchas decepciones y rechazos para sus nuevas intenciones, incredulidades respecto a su cambio, burlas y humillaciones tal vez.

Acaba de llegar la salvación a su casa, pero necesita ser cultivada, alimentada, fortalecida, llevada a plenitud. Zaqueo puede descubrir ahora su verdadera identidad, no es el jefe de publicanos y rico, es un hijo de Abraham que estaba perdido y ha sido encontrado. Pero ha sido hoy la oportunidad de empezar de nuevo, y hacerlo desde el principio.

El Señor no pide demasiado, ni siquiera a nosotros. Queridos hermanos, ojalá pudiéramos alegrar el corazón de Dios de modo que pueda exclamar que también a nuestra casa ha llegado la salvación. A Él le basta nuestro esfuerzo, le basta ser recibido porque está cierto del poder y la fuerza de su gracia, le basta que nos pongamos de pie para estar prestos a su voluntad, le basta lo que nuestros necios corazones están dispuestos a dar.

No perdamos nunca de vista que estamos llamados a ser y vivir como verdaderos hijos de Dios, y que con certeza, habrá fiesta en el cielo por cada uno de nosotros que se arrepienta, se convierta e inicie su proceso de transformación.

A MODO DE CONCLUSIÓN

Quedamos pues hermanos, invitados a reconocer nuestras riquezas, nuestra estatura, nuestros árboles que nos mantienen a distancia de Cristo y a que no demoremos en ponernos en la ocasión de ser encontrados por el Señor, que pasa continuamente a nuestro lado y otras tantas veces se detiene esperando escuchemos su llamada.

No se vale quedar como meros espectadores cuando el deseo de Jesús es entrar en la intimidad de nuestra vida para habitar en cada uno. Hagamos lo conveniente por preparar todo a fin de recibir su salvación. Que nadie que participe en la Eucaristía permanezca ajeno porque el Señor quiere hospedarse en nuestro corazón.

Empecemos de una buena vez el camino de conversión con todas sus consecuencias y que sea hoy cuando se aloje en nosotros y sea hoy que cuando gustemos de su salvación, porque el día del Señor está cerca. Conscientes de que únicamente el encuentro con Jesucristo transforma la vida del hombre, espero en Dios que se multipliquen los Zaqueos que hospedándolo en su corazón, se renueven y renueven sus familias y comunidades y sean un testimonio viviente de la salvación que el Hijo del hombre ha venido a traernos. Puestos en pie, quede de manifiesta nuestra conversión. ¡Ánimo!

Mons. Ramón Castro Castro
XIII Obispo de Campeche
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