lunes, 27 de septiembre de 2010

LA HONESTIDAD: SIGNO DE APERTURA Y CONFIANZA


Escrito por: Pbro. Fabricio Seleno Calderón Canabal.

«Señor, tú que guías al universo con sabiduría y amor, escucha las oraciones que te dirigimos por nuestra patria, a fin de que la prudencia de sus gobernantes y la honestidad de los ciudadanos mantengan la concordia y la justicia y se alcancen el verdadero progreso y la paz».

Esta es la oración colecta que hicimos el pasado 15 de septiembre al celebrar la misa por nuestra Patria, la cual insiste en la responsabilidad de todos y cada unos de nosotros en la consecución del progreso y la paz en México.

Hoy quiero detener la mirada sobre el valor de la honestidad, la honestidad de los ciudadanos, dice la oración. La honestidad que es un valor imprescindible en las relaciones interpersonales, para que éstas puedan desarrollarse en un ambiente de confianza, concordia y armonía, pues garantiza la credibilidad de una persona.

La honestidad se manifiesta en la conducta que la persona observa hacia el prójimo, porque expresa el respeto por uno mismo y por los demás; la honestidad matiza la vida de apertura, confianza y sinceridad; expresa la disposición de vivir en la luz, mientras que la deshonestidad es una disposición a vivir en la oscuridad.

Hay que reconocer que la honestidad es una condición fundamental para las relaciones humanas, para la amistad, para la auténtica vida comunitaria. Toda actividad social o eclesial, que requiera una acción concertada, se obstruye cuando las personas no viven el valor de la honestidad, pues la honestidad nos permite sentir seguridad y confianza en el otro.

He querido reflexionar sobre este valor tan importante porque hace poco más de una semana, por un descuido involuntario, dejé al alcance de otras personas el teléfono celular, después de responder una llamada de una joven que pedía fuera a darle el Sacramento de la Unción de los enfermos a su padre, quien se encuentra delicado en el Hospital Manuel Campos.

Después de explicarle que en ese momento no podía darle ese auxilio, pues me dirigía a una catequesis en la Capilla y terminando celebraría la misa, acordamos que, como no estaba muy grave, iría al hospital después de las 8 de la noche, finalizada la misa. Y así sucedió.

Y así también sucedió que “desapareció” el celular. En el lapso de las 4 horas que transcurrieron desde que recibí la llamada hasta que llegué al hospital, alguna persona se encontró y tomó el teléfono celular.

Seguramente quien lo haya “encontrado” se ha de haber enojado conmigo, pues no le será de mucha utilidad; ese equipo vino con muchas fallas: en ocasiones, al intentar responder una llamada se apaga el celular, se escucha entrecortada la voz, los mensajes a veces no les recibe en el instante en que son enviados, etc.

Además, el material que tiene guardado, creo que, desgraciadamente para esta persona, no le será muy interesante. Espero que no haya borrado el material guardado pues conserva el audio de varias Homilías dominicales del Obispo, de la homilía de la Misa de réquiem del padre Basilio, etc. Ojalá las pueda escuchar antes de deshacerse de ellas y en algo puedan servirle esas reflexiones.

Y si en algo puede interesarle, hay tres audios de igual número de ponencias de cuando vino a Campeche el subprocurador Juan de Dios Castro; habla sobre derechos humanos y al exhortar a los padres de familia a cuidar de sus hijos, sobre todo los adolescentes, explica de manera sencilla la forma como los y las jóvenes son introducidos al mundo de la droga y del crimen organizado.

Todos estos datos, pueden hacer suponer, a quien se “encontró” el celular, que pertenece a una persona ligada a la iglesia, porque además, como fondo de pantalla tenía un bello paisaje marino con una barca y el rostro de Cristo. Si la persona que lo encontró quisiera devolver, podría haber esperado una llamada de algún contacto y explicarle la situación. Seguramente le dirían a quien pertenecía el teléfono y donde poder encontrarme.

Pero eso no sucedió. Pasaron los días y todo siguió igual. Tuve que dar de baja la línea en la compañía telefónica para rescatar el mismo número y poder empezar de nuevo a recuperar el número del celular de las personas con quienes, por motivos pastorales, tengo contacto.

Sin embargo, estoy tentado a dar de baja algo de mucho más valor, para mí, que una línea telefónica o un equipo celular: la confianza en las personas. Como mencionaba antes, la honestidad matiza la vida de apertura, confianza y sinceridad y expresa la disposición de vivir en la luz.

Siempre he creído que la confianza es parte fundamental de la vida de los seres humanos; siempre lo he defendido; así me enseñaron mis padres; así, por años, se ha vivido en la familia. Porque si no confiamos en quienes nos rodean, nos hacemos daño a nosotros mismos. Un corazón desconfiado entristece y envejece rápidamente. Un corazón rodeado con una cerca de alambre de púas o de “protectores”, como las ventanas y las puertas de las casa de hoy, renuncia a esa disposición de vivir en la luz, para entrar en el mundo de las sombras.

El novelista francés G. Bernanos rendía culto a la confianza entre los hombres, al grado que, afirma José Luis Martín Descalzo, «cuando alguien le contó que en cierta región de Brasil las casas no tenían puertas, ni cerrojos, ni llaves, se marchó a vivir allí, seguro de que quienes así pensaban por fuerza habían de ser hombres completos».
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