viernes, 17 de septiembre de 2010

EL CURA HIDALGO NO FUE "CRUEL"

Presentamos un Artículo del Sr. José Alberto Castro M., Académico literario y periodista, sobre la persona de Don Miguel Hidalgo y Costilla, publicado el lunes 13 de Septiembre de 2010 en la Página Editorial de El Sur de Campeche. Nos parece interesante compartirlo con ustedes.


EL CURA HIDALGO NO FUE "CRUEL"


Los 200 años del Grito de Dolores se aproximan veloces y aún vive la sospecha sobre el cura Hidalgo al sopesar si la matanza de la Alhóndiga de Granaditas fue necesaria o pudo evitarse el derramamiento de sangre española.

Historiadores como Lucas Alamán, Lorenzo Zavala y, más tarde, Emilio Rabasa y Francisco Bulnes, sembraron la duda y denunciaron la irresponsabilidad de Hidalgo al auspiciar una "vía armada" para resolver las diferencias entre españoles y americanos de México.

Conviene retomar esa postura conservadora para ubicar los hechos en relación a nuevos hallazgos. Por ejemplo, hoy podemos decir que el asesinato de Primo de Verdad y Ramos, síndico de la ciudad, el despotismo de las autoridades virreinales y el sofocamiento de otras conspiraciones, hacían evidente que los medios pacíficos no daban resultados.
Más allá de justificar o no la matanza en la Alhóndiga de Granaditas, debemos considerar que cuando una lucha se desata, los sentimientos de venganza y barbarie están a flor de piel. Era una turba agraviada por los españoles; era un odio acumulado de tres siglos de opresión. Descubierta la conjura había que lanzarse a la revuelta, aunque eso conllevara violencia y un superlativo rencor de las masas.

Además, era tal el arrastre y la convocatoria del cura Hidalgo, que los contingentes populares crecían en número impresionante, eran multitudes animosas, imbuidas de la aspiración por libertad, pero había entre ellos gente rencorosa, deseosa de vengar agravios. También había prudentes, moderados, reacios al derramamiento de sangre. Allende era uno de ellos. Sin embargo, un movimiento de esa magnitud no se puede contener.

El cura de Dolores fue rebasado por los hechos en Guanajuato, ahí lo acompañaban 40 mil personas. Conforme iba avanzando a cada poblado, se agregaba más y más gente. Del día a la noche, el sacerdote de parroquia era un líder popular.

Existen evidencias de que Hidalgo trató de evitar la masacre, pero Riaño y los españoles ricos de Guanajuato cometieron el error de encerrarse con su oro y plata en la Alhóndiga de Granaditas. Esto hizo que los humildes de la ciudad minera se unieran a la causa insurgente y despertó la ira colectiva que, en efecto, no tuvo freno y fue atroz.

Del hombre que, en palabras de Luis González y González, "le puso el cascabel al gato, al seductor de multitudes, al sacerdote viejo y giboso, ilustre por su saber, que se llamaba Miguel Hidalgo", lo único que podemos arriesgar es que era el libertador por excelencia; podría haber tenido fallas, pero su determinación para encabezar a un grupo de conspiradores y luego a las masas insurrectas, fue casi sobrenatural. En una persona se fundían el pensador y un movedor de voluntades.

Emilio Rabasa, uno de los críticos acérrimos del sacerdote, deslizó que a éste, además de "caudillo seductor de pueblos", también podría tachársele de hombre cruel e inepto estratega militar.

A dos siglos de distancia, un hecho pone en entredicho a Rabasa: cuando Hidalgo llega al Monte de las Cruces, se da la batalla y tiene la posibilidad de avanzar a la ciudad de México. Decide dar la orden de retirada a pesar de los reclamos de Allende, Jiménez y Aldama. ¿Le da miedo que en la capital se magnifiquen los hechos de Guanajuato? ¿Pasaron por su mente las escenas de un ejército de 80 mil hombres enardecidos por el combate y dispuestos al saqueo? Un hombre desalmado no abrigaría ninguna duda, en cambio, Hidalgo evita el derramamiento de sangre y asume el costo de militar de su apuesta.

Degradado de su condición sacerdotal, en el juicio sumario le preguntan por qué había permitido la muerte de los españoles. Simplemente respondió: "Se apoderó de mí el espíritu revolucionario".

La traición del capitán Elizondo, la división entre los jefes insurgentes, su fatídico fin, le arrancaron la fortuna de vivir para contarlo; sus ideas quedaron en los documentos por él redactados entre una y otra batalla, pero sin duda se propagaron y prendieron en las almas de otros rebeldes que las continuaron y las hicieron posibles. Encabezó una revolución que, como todas, tuvo excesos, errores, logros, pero sobre todo sembró la inquietud por una sociedad más justa e independiente.
El argumento de los historiadores conservadores de suponer en Hidalgo un resentimiento contra el gobierno español, pues las reformas borbónicas habían afectado a sus haciendas, desastre que llevó a la locura y la muerte a su hermano Manuel, no tiene sustento. El tamaño de su hazaña sólo puede explicarse por la inconmensurable determinación a resolver el prolongado sometimiento de los españoles sobre los americanos de México.
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