Presentamos un Artículo de Juan José Tun Cosío, Licenciado en Derecho y Máster en Dirección Estratégica de Tecnologías de la Información, sobre las resoluciones de la SCJN respecto al aborto y a la validez constitucional de las uniones entre personas del mismo sexo, publicado el miércoles 25 de Agosto de 2010 en la Página Editorial, de la sección Mérida, del Diario de Yucatán. Nos parece interesante darlo a conocer.
“Dictadura del relativismo”
Asalto al poder en México
Hace un par de años subió al estrado el derecho a la vida (D. de Y. 26 de agosto de 2008) y ahora le tocó el turno a una institución fundamental: la familia.
Como se sabe, la Suprema Corte de Justicia de la Nación tuvo en sus manos en 2008 y en este año la importante labor de analizar sendas acciones de inconstitucionalidad contra la despenalización del aborto antes de la duodécima semana de gestación, los matrimonios entre personas del mismo sexo y la posibilidad de adopción de éstas, todos los casos referidos a normas de la ciudad de México.
Analizadas las decisiones del máximo tribunal del país en todos los casos mencionados, reconozco ahora su rostro burlón, algo sobre lo que importantes pensadores como Aristóteles, Santo Tomás de Aquino, Immanuel Kant, Max Scheler, Johannes Hessen y, más reciente, Emmanuel Mounier, Carlos Díaz Hernández, Karol Wojtyla y Joseph Ratzinger, entre otros, han advertido: la “dictadura del relativismo”.
El concepto de “dictadura del relativismo” fue expresado por el entonces Cardenal Joseph Ratzinger durante la homilía de la misa “Pro Eligendo Pontifice”. Con ese término, el ahora Papa Benedicto XVI hizo patente la gravedad de este fenómeno y nos advirtió en 2005 que el relativismo está tan fuertemente arraigado en las conciencias de los hombres, que presentar la posibilidad de que existan verdades absolutas es ser fundamentalista. Pero en realidad el relativismo, advierte Benedicto XVI, “se ha convertido en la nueva expresión de la intolerancia”.
La teoría relativista, donde no hay verdades absolutas, se fortaleció en un intento por evitar los horrores de los regímenes totalitarios del siglo XIX, que trajeron consigo la intolerancia hacia lo diverso hasta el exterminio del disidente. Llevada por el deseo de tolerarlo todo para evitar la intolerancia asesina de esos sistemas políticos, dicha corriente filosófica llega a relativizarlo todo, y de ahí pasa al permisivismo, intolerante contra todo aquél que reconoce normas universalmente válidas.
Hoy día, sin un piso firme dónde apoyarse, nuestras sociedades otorgan un desmedido valor sobre todo a ciertas ciencias, sin advertir que aun éstas ofrecen explicaciones relativas, constantemente modificadas por nuevos descubrimientos. Muchos se niegan a aceptar, por miedo a ser tachadas de fundamentalistas, que conocimientos como la filosofía o la ética aportan valores y verdades universales. “Esta exclusión de la verdad —sostiene Benedicto XVI— es un tipo de intolerancia muy grave y reduce las cosas esenciales de la vida humana al subjetivismo. De este modo, en las cosas esenciales ya no tendremos una visión común. Cada uno podría y debería decidir como puede. Perdemos así los fundamentos éticos de nuestra vida común”.
De los planteamientos expuestos por los ocho ministros que votaron por la constitucionalidad de las normas impugnadas se deduce que para ellos, al no existir derechos absolutos consagrados en nuestra Constitución, sólo hay valores relativos.
Las señoras y señores ministros, con su excusa de objetividad jurídica, se olvidan de que toda decisión se fundamenta en algún valor, es decir resulta fruto de una elección que se basa en que lo elegido es mejor que lo descartado, lo que implica un juicio de valor, como lo hizo constar el ministro ponente Sergio Salvador Aguirre Anguiano en el caso de la despenalización del aborto, al decir que “el papel de la Suprema Corte es examinar el apego a la Constitución de las normas legales impugnadas, pues ésta consagra los valores y principios que unen a todo el pueblo mexicano”.
Estos casos jurídicos nos recuerdan que el ser humano debe ser capaz de “sacrificar” la libertad por la verdad, y no hacer pasar por defensa de la libertad actitudes y concepciones que sólo caen en el extremo opuesto de sacrificar violentamente la verdad sobre el altar de la “libertad”. Lo que nos lleva a la advertencia de Juan Pablo II en su encíclica “Fides et Ratio”, que una vez que se quita la verdad al hombre “es pura ilusión pretender hacerlo libre. En efecto, verdad y libertad, o bien van juntas o juntas perecen miserablemente”. Si todo es relativo, entonces no somos libres, es decir, sin verdades somos incapaces de una elección (optar por un bien) y, por tanto, incapaces de libertad (D. de Y. 15 de agosto de 2010).
Como lo demuestran los signos de nuestros tiempos, hoy nuestra libertad no se funda en la verdad, de ahí que seamos testigos de diversas formas de opresión y atropello a los derechos fundamentales de la persona, como anteponer la libertad a la vida en el caso del aborto. Llegado al relativismo, sin valores ni verdades, el Estado —como dice Alejandro González Varas, profesor de la Facultad de Derecho de la Universidad de Zaragoza — “considerará válida cualquier decisión adoptada según el criterio de las mayorías, independientemente de su contenido. Se produce en este punto del discurso una nueva paradoja: el aspecto procedimental se eleva al principal grado de importancia, quedándole subordinado lo material o sustancial.
“El resultado es que el legislador adquiere un poder omnímodo. El Derecho adquiere una dimensión ‘autorreferencial’, es decir, depende sólo de sí mismo o, lo que es lo mismo, del poder que lo crea. El legislador puede transformar o sepultar principios e instituciones —como el matrimonio o la familia— porque nada es definitivo ni inmutable. Basta que se proceda de acuerdo con la regla de las mayorías para legitimar la decisión. Así, el Derecho Positivo puede ocupar cómodamente el lugar que antes tenía reservado el Derecho Natural”.
En un mundo sin verdad sólo cabe la sensación de vacío, de anemia espiritual y personas sujetas a varias “dictaduras”, como el miedo, la desesperanza, la depresión. Bajo esta perspectiva se pueden explicar, estimado lector, tanto el clima de inseguridad como el deterioro crónico de nuestras instituciones civiles y políticas, nacionales y locales, incluso aquellas consideradas las más democráticas.— Mérida, Yucatán.
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