martes, 18 de octubre de 2011

USTEDES HAN SIDO ELEGIDOS


USTEDES HAN SIDO ELEGIDOS

 

Homilía de Mons. Christophe Pierre, Nuncio Apostólico en México, en la clausura del II Congreso de Laicos de la Arquidiócesis de Tlalnepantla.



Muy queridos hermanos y hermanas,

Me complace estar hoy con ustedes celebrando esta Eucaristía para concluir el  II Congreso de Laicos de esta Iglesia particular y para encomendar al Señor el buen éxito de la Iª  Carta Pastoral que Mons. Carlos Aguiar Retes, Arzobispo de Tlalnepantla, les ha consignado.

Se trata, pues, de un evento de gracia y ocasión propicia para fortalecer y reavivar la comunión y la esperanza de todos los miembros del Cuerpo Místico que peregrinan en esta iglesia particular, y que invita a dirigir permanentemente la mirada al Padre celestial, cuyo Rostro contemplamos en el Rostro mismo de Cristo, en quien “reside toda la plenitud de la divinidad” (Col 2, 9).

“Siempre damos gracias a Dios por todos ustedes, cuando los recordamos en nuestras oraciones, y sin cesar tenemos presente delante de Dios, nuestro Padre, cómo ustedes han manifestado su fe con obras, su amor con fatigas y su esperanza en nuestro Señor Jesucristo con una firme constancia. Sabemos, hermanos amados por Dios, que ustedes han sido elegidos”.

Estas palabras del apóstol San Pablo, dirigidas hoy a nosotros, contienen en sí una gran fuerza y aliento. Efectivamente, cada uno de nosotros hemos sido elegidos por Dios, y ello, para que produzcamos abundantes frutos de santidad para bien propio y de los hermanos. Pero implícitamente contienen, además, un reto: ¿estamos efectivamente manifestando nuestra fe con obras, nuestro amor con fatigas y nuestra esperanza en Cristo Jesús con una firme constancia, particularmente hoy, en este tiempo histórico particular y desafiante?

Es verdad, el cristiano debe pasar por momentos en que con facetas diversas la cruz se hace presente en su vida. Y es particularmente en esos momentos, aunque no sólo, cuando puede y debe descubrir que está tomando parte en el misterio pascual de Cristo y que, al mismo tiempo, es por Cristo sostenido e impulsado. Más aún, es entonces cuando debe cobrar fuerza la conciencia de que Dios es Dios y de que el hombre, cada uno de nosotros, es solo de Dios y para Dios.

Yo soy el Señor y no hay otro. Es la revelación clara que Dios trasmite a Ciro, su elegido. Un pagano que recibe la investidura de parte de Dios; gobernante que ha llegado a ser poderoso, pero gracias solo a la iniciativa del único Dios. La afirmación del Señor en el momento en que designa y consagra a Ciro como caudillo, subraya que en la historia nada acontece independientemente de Dios. Si Ciro debe ser obedecido, no es por sí mismo, sino por estar investido del poder de Dios que no se desentiende de la vida de los hombres y de la vida de la sociedad.

También el Evangelio recuerda la primacía de Dios y la necesidad de ir por el camino de sus mandamientos. Para Jesús, Dios y la causa del Reino de Dios son el único absoluto. Todas las otras realidades humanas no son negadas, se les reconoce su valor, pero jamás constituyen un absoluto.

Así lo expresó Jesús en su respuesta a la malintencionada pregunta de los herodianos y de los discípulos de los fariseos: "Den al César lo que es el del César y a Dios lo que es de Dios".

Los jefes religiosos judíos buscaban un motivo para desacreditar a Jesús ante el pueblo. Por eso le plantean una cuestión cuya respuesta podía comprometerlo seriamente: ¿pagamos o no el  tributo al César?, que era como decir: ¿nos sometemos o no a la dominación de Roma?

Los fariseos, sumamente religiosos y observantes, celosos de las prerrogativas del pueblo de Dios, no podían admitir la dominación de los romanos, pueblo que entonces no conocía al verdadero Dios. Por eso eran contrarios al tributo que les imponían. Los del partido de Herodes, por su parte, eran colaboracionistas. Se aprovechaban de la situación y apoyaban al gobernante local en turno.

Estos, herodianos y fariseos se acercan, pues, a Jesús, y dirigiéndole primero una alabanza, le preguntan: ¿Es justo pagar el tributo al César? Si Jesús respondía afirmativamente, los fariseos habrían tenido motivo para denigrarlo ante el pueblo. Si respondía que no, los herodianos lo hubieran denunciado como subversivo y contrario a la autoridad constituida.

Pero Jesús desbarata sus planes, porque al preguntársele sobre un tema (el César y sus impuestos), Él contesta a dos temas: el César y el Reino de Dios: “Den al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios”. Una frase de Jesús que, como pocas, ha sido en ocasiones mal interpretada y hasta manipulada.

No falta, en efecto, quien ha pretendido servirse de ella para tratar de establecer una frontera radical entre lo político-social y lo religioso, o para justificar la autonomía absoluta del estado ante cualquier cuestionamiento de la fe. Según esta interpretación, Jesús habría colocado al hombre ante unas obligaciones de carácter cívico-político por una parte y, por otra, ante sus deberes religiosos; de manera que el hombre tendría que responder de los asuntos socio-políticos al poder político y de los asuntos religiosos a Dios, relegando, así, la religión, al ámbito de la esfera privada e individual, sin incidencia alguna en la vida social.

Este, obviamente, no es el pensamiento de Jesús. Para Él, ningún César puede ocupar el lugar que en la vida corresponde solo a Dios. Ciertamente existe y hay que reconocerla, una autonomía de la ciudad secular con sus legítimos e indiscutibles derechos, por lo cual el creyente debe reconocer y asumir las legítimas exigencias de la sociedad civil; pero ello no significa deber dejar a Dios fuera de los asuntos existenciales, ni mucho menos olvidar que sólo Dios es el Señor y no hay otro fuera de Él.

Jesús, antes de dar a los fariseos y herodianos su famosa respuesta pide que le digan de quién es la imagen representada en la moneda. En este contexto -subraya G. Bornkamm- se sitúa la respuesta dada por Jesús: La imagen de la moneda pertenece al César, pero los hombres no han de olvidar que llevan en sí mismos la imagen de Dios y, por tanto, sólo le pertenecen a Él. Jesús nos quiere decir: “den al César lo que le pertenece a él, pero no olviden que ustedes mismos pertenecen a Dios”.

Sólo de Dios son los hombres y las cosas, el presente y el futuro, los gobernantes y los gobernados. Cuanto existe, incluyendo la vida misma, es algo que Dios ha puesto “temporalmente” en nuestras manos, pero sólo Él es el verdadero propietario. Todos somos de Dios, llevamos la imagen y la inscripción de Dios en nuestro ser. Imagen que puede desdibujarse, pero nunca borrarse. Y porque somos de Dios, nadie puede reclamar o apropiarse atributos totalitarios y absolutos sobre nuestras personas. Ningún poder humano es dueño del hombre y de su conciencia.

La consecuencia es que, en nuestra vida, y en nuestra manera de pensar y de actuar, no pueden darse zonas independientes de nuestra fe, de la exigencia de actuar siempre al servicio de la verdad, de la justicia, del amor, de la libertad, de la igualdad entre los hombres, guiados siempre, en todas partes y circunstancia, por Jesús y por su Evangelio.

“La centralidad de Cristo –escribe Mons. Aguiar en su Carta Pastoral-, no es una cuestión relevante sólo para nuestra vida interior sino para todas las dimensiones de la existencia. Nuestra capacidad de comprender y actuar en el mundo también es transformada gracias al encuentro con Cristo. Esto es verdad al grado que podemos decir que una nueva inteligencia de la realidad surge gracias a la fe. La fe en Jesucristo auténticamente ensancha el alcance de nuestra mente y permite mirar la realidad superando las fáciles interpretaciones que desde el poder o desde otros intereses se realizan en ella”.

Queridas hermanas y hermanos. Cuando la Iglesia, en el ejercicio de su misión se preocupa por el ser humano sabe que éste lleva dinámicamente en su naturaleza la huella del Creador. Es la revelación la que nos manifiesta el valor altísimo que Dios le ha dado creándolo a su imagen y semejanza, y elevándolo a la eminente dignidad de hijo de Dios. También por ello, cuando alguna interpretación involucra a la persona humana, la Iglesia, situándose ante el hombre y sus problemas sociales, asume, conforme a un deber al cual no puede renunciar, su papel de ser sujeto hermenéutico, pues la nota clave de su servicio a la humanidad consiste en interpretar el acontecimiento humano a la luz del misterio del Verbo Encarnado.

Hoy que la imagen de Dios tiende a ser distorsionada a causa del odio y del fanatismo, es importante que sepamos confesar claramente en qué Dios creemos y profesar confiadamente que este Dios tiene un rostro humano que se nos ha manifestado en Jesucristo, que nos salva de la incertidumbre ante el vacío de la vida; que hace que nuestro gozo en Dios se transforme en esperanza y en amor. Un Dios, -como afirma Mons. Aguiar -, “que es comunión y que busca darnos vida y sostenerla, (que) da sentido pleno a nuestra pertenencia a la Iglesia y fortalece nuestro compromiso misional para anunciar el evangelio de la vida en todos los ambientes”. Un Dios, entonces, que permanentemente nos impulsa a ser testigos valientes del valor de la vida, de la esperanza y del amor que tienen su fundamento en Cristo Jesús.

Nuestro mundo, queridas hermanas y hermanos, necesita de hombres que tengan esta profunda experiencia de Dios: del Dios encarnado en el Hijo, Jesucristo.

Por ello, pidamos incesantemente del cielo la gracia y los dones necesarios para que, a semejanza de Abraham y de los primeros cristianos sepamos también nosotros, siempre y en toda circunstancia, vivir nuestra de fe con humildad, coherencia y valentía.

Y que Santa María de Guadalupe, la Madre del Señor, que presurosa supo ponerse en camino para ir al encuentro de Isabel, nos ayude a imitarla en el saber ir también nosotros al encuentro de los otros y del mundo, para ofrecerles, con el testimonio de vida, en comunión y con el anuncio, el mayor tesoro, la mayor de las noticias: Jesucristo, salvador de todo el hombre y de todos los hombres, Rostro visible del Amor del Padre.