PARA VIVIR LA SEMANA SANTA
Artículo del Pbro. Richard L. Clifford, Misionero de Maryknoll, sacerdote católico y colaborador de la Pastoral del Amor en la Arquidiócesis de Yucatán.
Domingo de Ramos
Escena: Es el año 784, según el calendario romano; 2 de abril, una linda mañana soleada. Jerusalén está repleta de visitantes y forasteros, pues se acerca la gran Fiesta de la Pascua.
Jesucristo está en Betania, a un par de kilómetros de la ciudad de Jerusalén, en la casa de Martha y María, a cuyo hermano, Lázaro, hace poco Él resucitó de la muerte.
Las noticias de su llegada han impulsado a numerosas personas a salir a su encuentro: paisanos de Galilea, amigos, discípulos y muchos curiosos.
Acción: Ahora, el Maestro sale de la casa y se dirige a Jerusalén. Sentado sobre un asno comienza a bajar al monte de los olivos, acercándose a la Ciudad Santa.
Una multitud le vitorea, agita ramos y tira sus vestiduras en el camino, mientras canta: “¡Hosanna al hijo de David, bendito el que viene en el nombre del Señor!”.
Pero Jesús mirando la ciudad llora. El aparente buen recibimiento del momento no lo engaña, pues está la persistente incredulidad y el complot de los líderes religiosos.
Él sabe que muchos que hoy le proclaman “Rey” en pocos días gritarán: “¡No tenemos más Rey que el César!”. Los ramos elevados en su honor se convertirán en maderos de la Cruz. Hoy ponen sus vestimentas en el camino, ¡pero el Viernes Santo le negarán sus propias vestiduras! Reflexión: Tanto la entrada triunfal de Jesús a Jerusalén como su llanto en medio del júbilo nos hacen reflexionar la poca profundidad de los efímeros sentimientos humanos.
Pensamos también en la Divina Sabiduría que nos ha dado la gracia de aceptarlo, ¡pero jamás nos negará la libre voluntad de negarlo! Curiosidad, circunstancias del momento y esperanzas egoístas dibujan un cuadro de alegría este Domingo de Ramos, pero fácilmente estas afirmaciones se pueden convertir en furiosos gritos que piden la muerte del Salvador el Viernes Santo de nuestra vida, cuando hay momentos de dolor, de decepción, duda o desavenencia.
Es el año 2011, el 17 de abril en Mérida Yucatán. Las Iglesias están llenas de gente que canta agitando las palmas.
Ahora se acerca el Divino Maestro, Su mirada penetra el corazón, sus ojos buscan con ansia muestras de sinceridad.
De pronto se escucha una voz, como eco de palabras pronunciadas entre lágrimas 2,000 años atrás: “Si supieras —al menos en este día— lo que hace tu Paz; mas ahora está oculto a tus ojos”... Pero muchos no escuchan porque están cantando...
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