Escrito por: Pbro. Fabricio Seleno Calderón Canabal.
La noche del pasado miércoles 7 de Julio celebré en la Catedral la Eucaristía en memoria de nuestro querido y recordado Padre Basilio Ochoa López, invitado por la comunidad docente de la Escuela Preparatoria Fray Angelico, de la cual él fue director por más de 7 años.
El día anterior, martes 6 de Julio de 2010, en la ciudad de Guadalajara, Jal., donde se encontraba internado, a la edad de 43 años, el Padre Basilio fue llamado a la casa de Dios Padre. «La muerte es una cita que todos tenemos. Esto nos tiene que ayudar a reflexionar, porque muchas veces vivimos como si nunca fuéramos a morir; vivimos como si el ser humano fuera eterno. Y no es así. Basilio era un sacerdote joven y lo encontró la hermana muerte, inesperadamente. Dios les está hablando a ustedes y a mí también. ¿Estás preparado para tu cita?», afirmó categórico Mons. Ramón Castro Castro, Obispo de Campeche, en su homilía el jueves 8 de Julio en la Catedral.
Pero les comentaba de la misa que celebré en la Catedral el miércoles. Habiendo quedado impresionado al recibir por teléfono la noticia del fallecimiento del padre Basilio, pocos minutos después recibo la invitación de celebrar la misa que la familia Fray Angelico ofrecería por él. Acepté y de inmediato empecé a esbozar lo que sería la homilía de aquella celebración.
Sin embargo, al inicio de la misa, un integrante de la Fray Angelico leyó una breve semblanza del padre Basilio y mencionó algunas de las palabras que él dijo en su despedida de la escuela. Y la escucha de estas palabras, cambió todo cuanto llevaba preparado. Como me ha hecho cambiar el tema de la reflexión para esta semana. ¡Qué palabras, Dios mío! Palabras que, a la luz del acontecimiento de su repentina muerte, pueden ser consideradas como su despedida espiritual.
He aquí unos párrafos extractados de aquel emotivo discurso de despedida aquella mañana del 12 septiembre de 2008:
«En este momento histórico confieso que me voy en paz conmigo mismo, porque siempre quise servir y ayudar a todo mundo. Y hoy, como el siervo del Evangelio, puedo decir que en estos siete años hice lo que tenía que hacer como siervo fiel».
«Le doy las gracias a Dios y a cada uno de ustedes. Ahora me resta encomendarme a sus oraciones y le pido al Señor que me asista en mi nuevo destino».
«Todos estos acontecimientos los veo a la luz de la fe; confío en el Señor. Si Dios así lo ha querido, Él me dará su gracia, la fuerza e iluminará mi camino»,
A mi me han emocionado estas palabras cuando las escuché el miércoles en la Catedral. Misteriosamente, las lecturas hacían referencia a la paz: «Las almas de los justos están en las manos de Dios. Los justos están en paz», decía el Libro de la Sabiduría en la primera lectura. «No pierdan la paz», Jesús nos decía en el Evangelio. «Me voy en paz conmigo mismo», expresaba el Padre Basilio en sus palabras de despedida.
¿Qué es lo que le ha dado esa paz? La certeza de que cumplió con su deber, pues vivió su entrega sacerdotal trabajando y amando, porque siempre quiso «servir y ayudar a todo mundo». Esa misma evidencia hizo exclamar al Obispo: «puedo decir que está en presencia del Señor y lo acompañan no sólo su fe, sino todas sus obras». Es la convicción de quien, «como el siervo del Evangelio, puedo decir que en estos siete años hice lo que tenía que hacer como siervo fiel», y se prepara para recibir el premio: «¡Siervo bueno y fiel! Entra en el gozo de tu Señor».
Estas palabras abren nuevos horizontes. Quizá algunos pensamos llenos de tristeza que el Padre Basilio había muerto solo: lejos de su Obispo, lejos de sus hermanos sacerdotes del presbiterio de Campeche, lejos de los fieles católicos de las comunidades donde sirvió, lejos de éstas sus amadas tierras del Mayab. Lejos geográficamente, pero siempre cerca de su corazón sacerdotal. «Le doy las gracias a Dios y a cada uno de ustedes. Ahora me resta encomendarme a sus oraciones y le pido al Señor que me asista en mi nuevo destino».
Hoy sé que al llegar la hora de la agonía, junto con la hora de encontrarse con la plenitud del Amor, que es Dios, el Padre Basilio no estaba solo. En su corazón estábamos presentes, y lo seguimos estando, quienes lo conocimos y lo estimamos. Sé que al apoyar su cabeza en la almohada tuvo que sentir las oraciones de quienes, sincera y afectuosamente, pedían a Dios por él; tuvo que sentir el reconocimiento a su entrega, de parte de cuantos habíamos compartido con él tantas horas felices, tantas horas de fe y de oración.
Sé también que antes de dormirse en el Señor, mientras sus labios pronunciaban “Campeche, Campeche” y la hermana muerte, sigilosa, se acercaba a su cama, volvió a sentirse entre nosotros, celebrando la misa en la Catedral, en Bécal, en Hecelchakán…, envuelto por el amor y el aprecio de cuantos lo conocimos y hoy le recordamos con afecto.
Padre Basilio, en ciudad del Carmen te recuerdan y te lloran; en Hecelchakán te recuerdan y te lloran; la Fray Angélico, te recuerda y te llora; la mayoría de quienes te conocimos te recordamos y estamos tristes. «Dios nos está hablando y está diciendo: ¿Ven como los sacerdotes son buenos?».
¡Hasta pronto, Padre Basilio! ¡Muchas gracias por tu vida sacerdotal entregada en el surco de nuestra Diócesis de Campeche!
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