lunes, 5 de julio de 2010

ELSILENCIOSO GRITO DE UN ADOLESCENTE

Escrito por: Pbro. Fabricio Seleno Calderón Canabal

«Gerardo, de apenas doce años de edad, optó por quitarse la vida al colgarse de un árbol de nance ubicado en el patio aledaño de su casa en Halachó…».

He quedado impresionado y consternado al leer en los periódicos del pasado domingo 27 de Junio esta estremecedora noticia. Y es mayor mi preocupación cuando uno de los periódicos reporta que «en lo que va del año, ya son cinco los menores de edad que se suicidan» en Yucatán; menores que van desde los nueve a los 15 años de edad.

La del sábado 26 de Junio es la historia de Gerardo, - así dicen los reporteros que se llamaba -, un adolescente, ¡casi un niño!, de doce años que fue hallado colgado de un árbol de nance, aparentemente sin motivo alguno. Sus padres desconocen cuál pudo ser el motivo. No tenía ninguna razón para hacer lo que ha hecho, dicen sus angustiados padres.

Para sus padres, sus amigos, sus vecinos, sus profesores…, era un niño normal. Todos le creían un niño feliz. Todo era normal. Pero aquella mañana Gerardo caminó, entre decidido y temeroso, la distancia que lo separaba de aquella mata de nance, quizá llevando en sus manos ese pedazo de cable de dos metros, que emplearía para acabar con su vida.

¡Tenía doce años, sólo doce años! Aquella mañana caminó, entre decidido y temeroso, con la esperanza de encontrarse con algún compañero que lo llevara con él a jugar una “cascarita”; con algún amigo que lo invitara a platicar para no sentirse tan solo; o con el vecino que lo regañase por meterse a su terreno; pero no se encontró con nadie. Por eso siguió caminando, descubriendo cómo en cada paso que avanzaba se iban extinguiendo sus últimas chispas de esperanza. No se encontró con nadie. Por eso siguió caminando, descubriendo cómo no le quedaba más salida que tomar el cable y atarlo cuidadosamente a la mata de nance.

¿Qué habrá pasado por su mente en esos momentos, Dios mío? ¿Habrá recordado que doce años antes había estado en el seno materno, donde se sentía caliente, seguro, amorosamente protegido; donde únicamente había amor; donde su madre le acariciaba con sus sueños, sueños llenos de esperanza, pues aquel niño que esperaban con emoción era una bendición?

¿Habrá traído a su mente que en la escuela sus profesores le hablaron de los grandes adelantos científicos y tecnológicos del hombre: viajes al espacio, caminar en la luna, computadoras, iPod, MP3, internet, satélites, autos, luz eléctrica, etc.? ¿Se habrá preguntado para qué han servido todos estos adelantos si en el mundo muchos niños-adolescentes, como él, no son felices? ¿Para qué sirven todos los adelantos de la digimodernidad si nadie es capaz de percibir esa soledad que viven los niños, - y también los adolescentes, los jóvenes, los adultos y hasta los ancianos- cuando no se sienten suficientemente amados?

Cuanta verdad hay en las palabras del ya fallecido Mons. Van Thuan, cardenal vietnamita que pasó muchos años en la cárcel bajo el régimen comunista, cuando asegura que «si un niño es pobre, pero goza del amor de sus padres, será un niño feliz».

¿Habrá imaginado este pequeño que su muerte franquearía las fronteras de la pequeña población donde vivía y se convertiría en noticia que saldría en los periódicos? ¿Habrá vislumbrado que muchas personas nos estremeceríamos leyendo al día siguiente la trágica historia de su temprana y abrupta muerte? ¿Habría imaginado que un sacerdote escribiría un artículo sobre él, tratando de entender cómo es posible que llegue la noche a una vida que se encuentra en el amanecer?

¿Se habrá dado cuenta este pequeño que en los últimos instantes de su vida un grito se escapó de su garganta? Un grito que nadie escuchó, pero que hoy nos interpela a muchos. Un grito silencioso que suplica, ¡exige!, nos pongamos en acción para abatir este problema que debe preocuparnos a todos: el suicidio, especialmente el suicidio de los niños. Seguramente Gerardo nunca leyó las estadísticas que indican que en la Península de Yucatán se presenta el 60% de los casos de suicidios a nivel nacional; además, el estado de Campeche, a nivel nacional, ocupa el segundo lugar en número de suicidios, sólo detrás de Yucatán. Tenemos un gran desafío ante nosotros.

¡Tenías doce años, sólo doce años! Gerardo, ignoro las razones que te condujeron a tomar la decisión que tomaste. No lo entiendo, porque los niños son un don y signo de la presencia de Dios en nuestro mundo. Sólo sé que hoy nadie puede permanecer indiferente ante la soledad y el sufrimiento de tantos niños.

Gerardo, pequeño, ¡no tengas miedo! Dios, a través del profeta Daniel nos hace una promesa: «Los que enseñaron a otros a ser buenos, brillarán como estrellas por toda la eternidad» (Dn 12,3). Seguramente tu vida, en sus doce años, ayudó a muchos a ser buenos. Y hoy, después de tu partida, con tu grito silencioso, quieres ayudarnos a muchos más a ser buenos, a ser mejores… No tengas miedo. ¡Brillarás como las estrellas por toda la eternidad y tu luz, resplandor de la luz de Jesús, nos irá indicando el camino para hacer mejor nuestro mundo!
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